Leopoldo Bello

Leopoldo Bello

De tiempo pandeado y músicas fumadas

5 July, 2019

“Lo que sí le encantaba era ir a Buenaventura y cada [vez] que podía se escapaba para allá, a fumar marihuana en la playa viendo la puesta del sol”. Estimado lector le pido que se quede con esta imagen de Hector Lavoe, fumando monte y viendo  el atardecer en el Pacífico, congele usted esta postal y empiece a imaginar que la está viendo en 3D que en un dos por tres le digo para qué.

Quería empezar este artículo con una cita esculpida en neón, una de esas citas que te dejan frío de lo caliente que están, una tipo: “Escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura” soltada por Frank Zappa. Pero una cita que hiciera llave entre una cantante o músico latinoamericano y la marihuana, un músico que no fuera Andrés Calamaro, conocido por soltar joyas sobre la mota. Una joya de Calamaro sería extremadamente obvia y además el hombre hace poco demostró simpatía por el partido de ultraderecha española VOX, así que, descartado de una.

Me apetecía un salsero, busqué entre el Libro de la salsa (1980) de César Miguel Rondón y lo que se consigue son unas cuantas pacaterías hablando de cómo el ambiente musical usualmente está “rodeado de malas influencias”. Para la próxima me termino el libro. Pero, en la búsqueda me topé con un artículo publicado en el diario La Nación donde el señor Alberto Echeverri le cuenta al periodista Hugo García Segura sobre el tiempo en que Héctor Lavoe vivió en Cali y de cómo se escapaba a las playas de Buena ventura a fumar bareto.

Vi esa imagen, la que usted tiene congelada y a este momento quizás tan recreada con colores de atardecer, olores a pescaíto frito, a Fruko y sus Tesos, tan sonando en el fondo, la medalla de oro encandilando los reflejo del sol y un desparrame de azules de mar tan del Pacífico, que pare usted de saborear.

 

Imagen paralizada en el tiempo que ayudará a introducirle la siguiente idea: El poder mágico de diseccionar la música. La maravillosa ilusión de paralizar las vibraciones del aire y poder estudiar la música como si fuese una escultura suspendida, a la que se puede acercar desde cualquier ángulo y ver la dimensión espacial de la onda sonora o entender los compases pues puedes bailar entre ellos o presenciar lo monumental de un acorde en technicolor, por nombrar algunos de los beneficios de usar los porros para estudiar la música de esa manera, una imagen en 3D que parcialmente se puede manipular como lo hacía Johnny Mnemonic en la película. Un fenómeno, timón de este artículo, que da como consecuencia la idea de dilatación del tiempo cuando se fuma un phily de una cepa muy psiconaútica.

Ya Charles Baudelaire escribía en sus Paraísos Artificiales: “Los sonidos tienen color y los colores música…Un intervalo de lucidez os permite consultar el reloj mediante un gran esfuerzo. La eternidad ha durado un minuto.

Otra corriente de ideas nos arrastra y os arrastrará durante un minuto en su torbellino viviente y ese minuto será también una eternidad. Las proporciones del tiempo y la existencia son desbaratadas por la multitud innumerable y la intensidad de las ideas y sensaciones. Se viven muchas vidas de hombre en el término de una hora”.

El Doctor Ciryl D´Sousa lo reafirma con sus estudios desde Yale, los fumaos piensan que el tiempo se ralentiza. También desde Yale, el Doctor Anthony van den Pol se puso a darle cannabinol a los que siempre pagan los platos rotos de laboratorio, pobres ratoncitos en una voladora que ni te cuento, para observar que donde se ubica la parte del cerebro que controla nuestro reloj interno, una región llamada Núcleo Supraquiasmático, también hay receptores susceptibles a los cannabinoides, ósea que a nuestro ritmo circadiano también le gusta el circo y la guachafita que no todo viene de malas costumbres de callejón sino que la cosa es interna también. Picarón.

En lo personal creo que la cosa viene relacionada también a que los supresores neuronales encargados que el cerebro no se sobre caliente, se relajan por el troncho fumado y dejan que la pensadora haga más procesos que lo acostumbrado, y al haber esta hiperactividad mental comparada con la percepción del tiempo que tenemos al estar sobrios, viene el glitch que descoloca a más de uno. Esto es una corazonada que hizo click desde que vi un documental sobre Savants donde hablaban de neurosupresores que se desactivaban para dar paso a cálculos matemáticos pantagruélicos.

Me fascinó la idea, pero lo más probable es que venga un investigador de Yale y me diga: “Mira chico, vete mejor a una playa del Pacífico a ver cómo andan los atardeceres por allá”. Razón tendrá, yo de neuronas nada sé, pero sí que el tiempo se pandea. Feliz Viaje.