Maria Ximena
Escenarios del éxodo venezolano hacia Colombia
23 February, 2019
Carmen tiene 28 años y tuvo que salir de su país hace casi cinco, dejando atrás su casa, su familia, sus amigos, su corazón. Se fue de Venezuela en busca de un lugar donde comer, un lugar donde la tranquilidad no fuera un lujo o una misión imposible. Carmen nació en Venezuela, pero sus padres son colombianos, de manera que para ella fue fácil migrar hacia el vecino país en busca de la dignidad y la esperanza que había perdido bajo el oscuro régimen dictatorial de Maduro. Hace cinco años, cuando Carmen llegó a Colombia, las migraciones no eran tan masivas como lo son ahora. Al llegar, se empleó rápidamente como empleada doméstica y sacó un apartamento con una prima que ya había emigrado hacía un año a Colombia.
Y Carmen solamente soñaba con volver a visitar a sus papás y a sus amigos, llevarles comida y los artículos básicos de la canasta familiar que son un lujo para los venezolanos; así que llenó su morral y se alistó a cruzar la frontera, con tan mala suerte de que el único paso para cruzar a su país desde Cúcuta, Colombia, estaba bloqueado. Muchos de sus compatriotas que intentaban lo mismo tuvieron que devolverse, pero Carmen, su prima y un joven colombiano decidieron irse por una trocha.
Al cabo de una hora larga de camino con equipaje al hombro, la guardia venezolana los detuvo; el colombiano se fue corriendo, dejándolas a Carmen y a su hermana solas. Los hombres armados, con sus intimidantes uniformes las amenazaron, las intimidaron. Carmen pensó que la iban a violar, las mujeres lloraron para que no las arrestaran y, como un milagro, la prima de Carmen reconoció a uno de sus verdugos; era un joven que había crecido con ella, en su mismo pueblo, se habían conocido en una fiesta y hasta habían bailado. Fue ese tipo el que las dejó ir mientras los demás se reían cruelmente viéndolas llorar, cargando sus pesadas maletas y corriendo por sus vidas.
Es que, en Venezuela, desde el gobierno de Maduro e, incluso, desde el mismo régimen de Hugo Chávez, no hay comida. Los venezolanos se arriesgan a llegar a la frontera de Colombia para comer. Un perro caliente en Venezuela cuesta lo que se gana un ciudadano en un mes de trabajo. No hay medicamentos ni artículos de primera necesidad suficientes para suplir al pueblo, así que la gente enferma, con hambre y en condiciones de extrema necesidad económica camina hacia la frontera sea como sea. Los éxodos de la historia de la humanidad siempre han sido peregrinaciones por la sobrevivencia. La inmigración, por lo general, es un acto de vida o muerte.
Los inmigrantes, contrario a lo que los gobiernos populistas de derecha actualmente proclaman, no son criminales que premeditadamente se cuelan en otros países para violar, matar o robar. Los inmigrantes son gente que, con mucho miedo o dolor y, muchas veces a la fuerza, deben abandonar sus países; como Carmen, en busca no de una mejor vida sino en busca de la supervivencia misma.
En la frontera también sucede que existen colombianos de muy buen corazón que reciben a familias enteras de venezolanos de manera gratuita en sus casas, les dan posada y los ayudan a buscar la manera de ganarse la vida. Muchos de estos buenos samaritanos sienten que están devolviendo una deuda histórica que tienen con la hermana república de Venezuela que, gracias al auge del petróleo, durante la década de los 70 y 80 acogió a miles de colombianos que buscaban mejores oportunidades.
Hay personas como Carmen, cuyos papás son colombianos, así que gozan de doble nacionalidad. Hay otros inmigrantes de paso, que entran por Colombia y buscan seguir su camino hacia Chile, Ecuador, Uruguay, Argentina. Las cifras varían; a finales del 2018 la canciller colombiana María Eugenia Holguín hablaba de 180 mil venezolanos que habrían entrado legalmente. Por su parte, el director de ACNUR, Juan Camilo Murillo, habló de más de un millón de venezolanos en Colombia. Es lógico que ese millón incluya la migración “ilegal”, que es probablemente mayor que la considerada formal y, por supuesto, la más problemática para el gobierno colombiano.
En 2015, la canciller alemana Ángela Merkel ganó reconocimiento mundial al abrir sus fronteras y recibir a inmigrantes de Oriente que venían por los Balcanes hacia Europa, pero es que una cosa es Alemania y otra bien diferente es Colombia. Colombia también ha abierto sus puertas a los venezolanos que hoy migran por toda la frontera buscando mejor calidad de vida, pero el momento económico que vive Colombia es frágil y dramático. La oleada de migración venezolana de los últimos cinco años es de una clase baja y pobre que apenas logra subsistir en territorio colombiano. Muchos de estos venezolanos no reportan su permanencia en Colombia y se vuelven parte de la población informal que no reporta contribuciones a la salud, no forma parte del censo, no paga impuestos, termina siendo explotada como mano de obra barata y dejando sin empleo a muchos colombianos.
Mientras esto ocurre, suben los índices de delincuencia en las calles, ya no se trata solamente de los pobres colombianos luchando por no morirse de hambre en la supervivencia cruel del atraco, sino que se suman los inmigrantes venezolanos, lo que genera un poco más de pánico y paranoia entre los ciudadanos que sufren en carne propia esta situación de inseguridad.
El gobierno colombiano ha hecho bien al abrir sus fronteras y acoger humanitariamente a los venezolanos; el hecho de que aquellos venezolanos cuyo permiso de estadía se haya vencido no sean tratados como ilegales y se les dé la posibilidad de renovarlo, demuestra una aproximación ética y humanitaria a este gran problema que crece día a día. Lo que hay que pensar es cómo afrontar ese millón o más de venezolanos que han entrado al país, bien sean formalizados o no, entren en el censo o no, pues Colombia enfrenta una de las crisis económicas más grandes de la historia reciente.
Con el presupuesto nacional comprometido —por las próximas seis administraciones por lo menos— para lograr la implementación exitosa del acuerdo de paz firmado en La Habana entre la guerrilla y el Estado colombiano y con la crisis financiera que enfrenta el grupo económico más importante del país debido a sus vínculos con el escándalo de corrupción Odebrecht; es difícil pensar que exista un presupuesto real para esta crisis migratoria que avanza como un Tsunami. Así las cosas, la respuesta a esta crisis no puede venir solamente del gobierno colombiano, debe haber una estrategia regional que logre sustentar el diseño de una política pública para manejar el éxodo que dejó Chávez.
Francisco de Vitoria afirmaba la existencia del derecho de toda persona a circular libremente y a establecerse pacíficamente en territorios ajenos a su propio Estado. Este derecho, considerado como un Ius Humanitatis, es una idea del siglo XVI que hoy parece agonizar con el resurgimiento de una derecha xenófoba y racista en el mundo entero.
Ojalá América Latina logre organizarse como bloque en torno a este problema de todos, y que esta crisis no siga quedando solamente en manos de unos cuantos ciudadanos caritativos que ayudan a su prójimo venezolano aleatoriamente y en la medida de sus posibilidades. Aunque esto último, hay que reconocer, es reconfortante pues es un índice de humanidad en medio de este apocalipsis. Una pequeña luz en la caverna que es Latinoamérica.
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María Ximena es escritora y periodista nacida en Bogotá, Colombia. Escribió dos telenovelas y actualmente trabaja como periodista free-lance. Escribió una columna semanal para la revista Cartel Urbano y ha escrito para medios colombianos como El Espectador, El Tiempo y revista Soho. Actualmente vive en Chicago.