Gustavo Thomas
La vasija con agua: una anécdota sobre cultura y aprendizaje del Butoh en Japón
29 April, 2021
Yushima Seidō es un templo dedicado a Confucio que se encuentra en la zona de Bunkyo en Tokio.
En medio del bullicio interminable de la ciudad este solitario lugar es una isla de calma, entre árboles altos y construcciones llenas de armonía arquitectónica.
Estaba en Tokio para visitar a Yoshito Ohno, mi maestro de Butoh (1), y retomar mi entrenamiento con él. Ir a Japón a estudiar puede parecer en la actualidad (al menos antes de la pandemia) algo muy común a muchas personas, pero para nosotros, los discípulos de un maestro de Butoh, es un viaje único, prácticamente una peregrinación espiritual dedicada al aprendizaje. Cuando estoy ahí, dentro y fuera del taller, mi percepción física y mental está continuamente absorbiendo todo aquello de la cultura que provocó el nacimiento del Butoh en los años 50. En cada actividad que emprendo durante esos viajes encuentro claves de comprensión de mi trabajo creativo. Así llegué a Yushima Seidō.
Yo aprovechaba uno de mis días libres para ir al Kanda Matsuri, un festival religioso sintoísta que tendría lugar precisamente en la capilla Kanda, muy cerca de Yushima Seidō. Como era todavía mediodía y llovía, y el festival daba inicio al caer la tarde, entré al templo, que no conocía, para resguardarme de la lluvia y perder un poco el tiempo.
Para llegar al salón principal uno debe pasar como en toda construcción religiosa tradicional japonesa (y asiática de origen chino, diríamos) por varias puertas y patios con pequeños pero hermosos jardines. Sin ser de gran tamaño, Yushima Seidō tiene una fineza de estilo y color como pocas veces he encontrado: sus paredes y puertas son todas de madera y están pintadas de negro casi laqueado; la lluvia tupida mojaba todo y con esos techos de teja verde el lugar adquiría un brillo de lo más bello e interesante.
Por estar dedicado a una enseñanza filosófica (la filosofía de Confucio) el salón principal no tiene un interior con imágenes religiosas comunes a otros templos budistas o sintoístas, sino esculturas de personas que parecen estar en meditación -¿Confucio?, ¿maestros filósofos? No lo sé-, además de figuras de animales míticos en hermosos cuadros enmarcados; en ese mismo salón principal hay también una pequeña galería que exhibe imágenes y objetos de la escuela que alguna vez estuvo en ese templo.
Entre varias curiosidades del salón principal se encuentra una pequeña pila de agua con dos pequeños postes y cadenas que detienen, colgada en un equilibrio precario, una vasija de cobre.
Al acercarme a la pila observé que un niño y su madre trataban, con un cucharón especialmente puesto para ello, de llenar la vasija con agua; la madre le daba instrucciones al niño y este con peculiar cuidado vaciaba el agua del cucharón en la vasija y esperaba un poco; después de dos o tres cargas de líquido la vasija de improviso giró y cayó el agua, vaciándose completamente. La madre y el niño hablaron sobre el resultado; el niño intentó otra vez sin lograrlo; al tercer intento la vasija no solo se vació sino que cayó completamente fuera de las cadenas; la acción del niño parece haber sido excesiva. El niño y su madre parecían decepcionados. Cuando el pequeño quiso colgar de nuevo la vasija entre las cadenas la madre no se lo permitió, y fue en busca de la persona que atendía la venta de boletos del museo. Al verse sin presión materna, el pequeño nuevamente tomó la vasija, la colgó y volvió a intentar llenarla, esta vez, según observé, con mayor lentitud; pero ya no hubo un cuarto (o quinto) intento, interrumpió el juego porque su madre ya venía con la empleada del museo. Las dos mujeres vieron que la vasija estaba en su lugar, me miraron y me dieron las gracias por haberla acomodado; sabían por supuesto que yo no debía de haber tomado la vasija del suelo, pero trataban de no incomodarme con una explicación de modales de conducta. Les aclaré que no había sido yo quien la había puesto de nuevo sino el niño, viéndose una a la otra rieron con mucha discreción, como si yo hubiera dicho un chiste.
Sin más salieron del salón y me dejaron solo.
Después de un instante frente a la pequeña pileta de agua, y habiendo observado que ya no había nadie a mi alrededor, decidí intentar llenar la vasija; busqué hacerlo tratando de evitar los errores que vi que el niño cometía. Mientras lo hacía, concentrado en la acción de llenar el agua hasta un límite seguro en que no se derramaría, caí en la cuenta que este no era solamente un juego, sino un ejercicio filosófico práctico. ¡Al final este era el templo de Confucio! Física pura sobre la justa manera de “llenar” las cosas: ¿Hasta qué momento debemos llenar las cosas y ver cómo se vacían de golpe porque la naturaleza es así de básica? ¿Hasta qué punto queremos dejar las cosas llenas y mantenerlas en ese equilibrio precario? ¿Podríamos dejar las cosas vacías sin tener el deseo de echarle más agua? ¿Podríamos detener ese impulso que está en nosotros de llenar y llenar las cosas?
El niño que visitaba el templo con su madre aprendía físicamente una idea filosófica, accionando y jugando, y yo lo hacía en ese momento también; con muchos años de retraso, cierto, pero… “nunca es tarde para aprender”, diríamos en México.
Mi vasija también, en algún momento, se vacío totalmente, me fue inevitable querer verla vaciarse; la llené lentamente hasta el límite, pero ahora sabía que podía pasar eso, que podía llenarla y dejarla en equilibrio hasta cierto punto o ponerle más gotas hasta que la fuerza de gravedad hiciera al líquido caer y la vasija volviera a su estado inicial, de vacío. Era mi decisión, con previo conocimiento de las consecuencias físicas de hacerlo.
Días después, en uno de los talleres de Butoh con mi maestro, realizamos un ejercicio que consistía en danzar llevando una cubeta llena de agua hasta el borde. Parecía una práctica física sobre el equilibrio y la tensión de mantenerlo durante el movimiento, pero evidentemente era también un aprendizaje filosófico práctico para el Butoh. La coincidencia entre la experiencia dentro del taller y el suceso dentro del templo fue y sigue siendo reveladora para mi trabajo personal de entrenamiento.(2)
Yo vengo de una cultura donde las enseñanzas nunca se dan de esa manera, es inusual que aprendamos prácticamente sobre ciertas fuerzas físicas que mueven nuestra vida espiritual y corporal, sobre las fuerzas que mueven nuestra vida creativa. Qué complicado es para nosotros los mexicanos, o en todo caso ha sido complicado para mí, entender las técnicas corporales de oriente cuando nuestra cultura separa el cuerpo de la mente en todo momento. Tal vez por eso es que consideré necesario esa apertura de mi percepción en todo momento durante los viajes de estudio a Japón, así las coincidencias no son ya eventos fortuitos.
Agradezco el haber visitado Japón y agradezco haber entrado sin planearlo a Yushima Seidō, uno de tantos templos en Asia dedicado a Confucio.
Cuando iba hacia la puerta para salir del gran salón noté que el niño había observado mi intento y mi decisión final de vaciar la vasija lentamente para que el agua cayera con suavidad; su cara no tenía emoción, era pura observación del extraño. Había ya una unión entre nosotros dentro de ese espacio. Él seguía aprendiendo, ahora también a partir de la experiencia de observar a los otros discípulos esporádicos.
Guangzhou, China. Noviembre de 2020*
(1) Yoshito Ohno (1938-2020) fue el hijo de Kazuo Ohno, fundador del Butoh junto con Tatsumi Hijikata en los años 50. Fue el primer bailarín de Butoh coreografiado por Hijikata en 1958 para la pieza Kinjiki (Colores prohibidos) basada en la novela de Yukio Mishima.
(2) Años después leí una cita de Confucio en la que se posiblemente se inspiró el juego de la vasija con agua: “Así como el agua toma la forma del recipiente que la contiene, un hombre sabio debe adaptarse a las circunstancias”.
(*) Una primera versión de este texto fue publicada en mi blog personal en 2014.
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Gustavo Thomas es artista de Butoh, fotógrafo, dramaturgo, poeta, director de teatro e investigador de artes escénicas. Practicante de Taijiquan y viajero compulsivo. Actualmente vive en Guangzhou, China.
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FOTOS: Cortesía del autor