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Nada de qué preocuparse

8 August, 2018

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En un ensayo publicado en la revista Glamour, la actriz estadounidense Reese Witherspoon -quien fue una de las artistas mejor pagadas de Hollywood en 2007- se refirió a la brecha salarial entre hombres y mujeres, al techo de cristal que éstas deben superar en el ambiente audiovisual y cómo, luego de 45 años, se sigue luchando –todavía- por derechos que no nos son garantizados.

Pero sobre todo, habló de las minorías; de cómo ella, al ser una mujer blanca norteamericana, había recibido grandes privilegios. Cómo, a fin de cuentas, no existe feminismo si no se ponen en tela de juicio todos los privilegios que cimientan la desigualdad y el prejuicio en la mayoría de las sociedades, de los que muchos y muchas, somos benefactores. Privilegios de género, de raza, origen, orientación sexual, clase, religión y diversidad funcional, entre otros.
¿Qué es un privilegio? Aquello que define una ventaja, un beneficio simbólico o cultural que alimenta y favorece las diferencias materiales –como laborales, educativas o financieras-. En Estados Unidos –al igual que en muchos otros países-, en este momento político y social, es el estado de privilegio lo que se discute; lo que algunos intentan perpetuar y otros luchan por acabar.

Nada de qué preocuparse. Con esa frase, a través de un mensaje en twitter, el presidente Donald Trump se dirigió a los jóvenes inscriptos en el programa DACA para decirles que el Gobierno no tomará acciones por los próximos seis meses en relación a sus status migratorios. El presidente, hombre, blanco, norteamericano, heterosexual y multimillonario, les dijo a 800 mil jóvenes hombres y mujeres, inmigrantes, indocumentados, de diversas etnias y orientaciones sexuales -a los cuales se les acaba de informar el fin del programa que les proveía el permiso de estudiar, trabajar y acceder a un seguro social en el único país que conocen- que no tienen nada de qué preocuparse.
Sin embargo, también existen privilegios que no se materializan en políticas públicas, sueldos ni cargos jerárquicos, sino que forman la cultura y son parte constitutiva de las personas, y que influencian, incluso, su propio desempeño. El beneficio de la duda, por ejemplo, es otro tipo de privilegio.

Cuando el 12 de agosto del pasado año, varios grupos neonazis defendían la permanencia de un monumento al General Robert E. Lee en la ciudad de Charlottesville, muchas de las personas que marcharon en contra de estos grupos no lo hicieron con el único fin de, finalmente, retirar el monumento, sino también para repudiar a los grupos de supremacía blanca. Porque, ¿qué es el racismo si no la exacerbación del privilegio de raza? ¿Qué es el machismo si no la naturalización del privilegio de género? ¿Qué es la xenofobia si no la manifestación más rústica del privilegio de origen?

En Charlottesville una mujer fue asesinada porque muchos hombres y mujeres caucásicos ven amenazados sus privilegios. O simplemente los hechos: una mujer murió al ser atropellada por un auto conducido por un hombre, blanco, norteamericano y neo nazi que arrolló a una multitud a toda velocidad. Sin embargo, la primera reacción del presidente Trump fue condenar la violencia proveniente de “muchos lados”.
El privilegio de la duda demuestra así que, si un hombre blanco norteamericano comete un asesinato frente a una multitud en Estados Unidos, contará con una ventaja –aunque corta, corregida, aclarada y sancionada- por la cual algunas otras personas dudarán de su culpabilidad. Ahí, en esa reacción casi automática, en esa doble moral no aceptada, denegada, que gobierna a la mayoría de sus portadores, es donde se asienta el estado de privilegio.

Cuando, en respuesta al movimiento Black Lives Matter, la reflexión crítica es All Lives Matter (todas las vidas importan) significa que hay quienes no sólo se resisten a perder sus privilegios, sino que pretenden, además, que permanezcan naturalizados, invisibles al escrutinio social. Porque una de las características más importantes del estado de privilegio es que es un estado acrítico, ignorante de sí mismo. En el feminismo, se suele explicar la importancia del reconocimiento de los micro machismos a través de la metáfora del Iceberg: aquello que se ve, que está en la superficie, que reconocemos fácilmente –como los feminicidios, el abuso sexual, la violencia intrafamiliar- se hace posible y se sostiene sólo por la existencia de muchas otras violencias cotidianas, naturalizadas, que pasan desapercibidas debajo de la superficie –desde el acoso callejero a la misoginia en la publicidad, la perpetuación de estereotipos de género o la brecha salarial, entre otros-.

Cuando el privilegio es la norma, el orden de las cosas, no se pone en discusión. Por eso, la necesaria autocrítica. Por eso, la importancia de que una actriz mundialmente conocida como Reese Witherspoon reflexione sobre sus propios privilegios. Y por eso, finalmente, el feminismo: la lucha eterna por la igualdad, aun donde se dice innecesaria.

 

Fotografía: Moira Pujols