Staff

Staff

Un danzón para la Ciudad de México

20 October, 2018

Los sábados en la Ciudad de México pueden ser días de mayor caos. La gente aprovecha para hacer esas cosas que el resto de la semana resulta imposible: ir al supermercado a comprar la comida; salir al centro por esas cosas que sólo se encuentran ahí, en esas tiendas que aún conservan un aroma de otros tiempos; pasar por el mercado para surtirse de frutas y verduras a esos mercados mexicanos llenos de colores y aromas deliciosos. Vivir en una gran ciudad es sinónimo de estar siempre corriendo, cansado y básicamente no tener tiempo para nada.

Esta ciudad parece cada día más inhabitable con su tráfico espantoso, ¡pobre de aquellos que les toca circular en las horas pico! Metidos en un auto o encerrados en oficinas, la vida de los chilangos transcurre con una velocidad que sorprende. Aun rondan por la casa los recuerdos y aromas de la navidad y sin darnos cuenta ya estamos en marzo.
La ciudad devora y tritura a sus hijos, pero estos se escapan a los designios trágicos. Los chilangos acostumbran a salirse con la suya, para bien y para mal, son dicharacheros, le sacan la vuelta a la vida y urden estrategias para que la vida se digna de ser vivida.

Así, este monstruo, por donde a diario circulan millones de personas, tiene en sus entrañas múltiples espacios y laberintos que la hacen entrañable, única. Lugares en donde el ser chilango adquiere otro ritmo y otra dimensión. Espacios que son una suerte de insurrección contra la velocidad, contra el aislamiento. Fisuras en el paisaje citadino que nos devuelven un rostro intenso y amoroso de la ciudad.

Uno de estos espacios es la Plaza del Danzón. Ubicada en el corazón de la ciudad, sábado con sábado la gente se reúne para bailar y darle al cuerpo lo que el cuerpo pide: gozo y sabor a ritmo de danzones. Aquí sale a relucir la cachondería latina que bate el aire con orgullo.

 

 

El lugar surgió por el empeño de la propia gente, porque se quería bailar pero no había donde. De esta suerte, tomaron la plaza de la Ciudadela y con una modesta grabadora comenzó todo. En aquellos días unos pocos audaces que se animaban a bailar, pero poco tiempo después la plaza se llenó y la grabadora cedió su lugar a un equipo de sonido comprado a fuerza de pesos y centavos donados por los propios bailadores.

No faltaron los políticos que intentaron quitar a la gente de ahí, pero los habitantes de esta ciudad pueden ser necios. El espacio fue defendido a punta de giros, de buenos contoneos, a golpes de abanicos y con harto gusto por bailar. Bailar es también resistir y defender la vida.

La Plaza del Danzón es el claro ejemplo de cuando la ciudad es de la gente. Un espacio en donde cada sábado se dan cita hombres y mujeres de todos los sabores y colores, de todas las edades. Nada conmueve tanto como ver al abuelito enseñando a bailar danzón a la pequeña nieta o ver a niños pequeños muy trajeaditos bailando con la prima o la hermana, tan pequeña como ellos, pero todos guapos y serios, enseñando que todo buen bailador comienza desde chiquito.
Ni que decir de la abuela coqueta que ese día se pone el vestido más bonito, se pinta la boca y va con su viejito amoroso a echarse unos buenos pasos. El baile es la mejor manera de amar a otro. El toque de color lo dan los pachucos. Elegantísimos, con sus sombreros, tirantes, camisas coloridas y unos zapatos que dan envidia. Ante ellos los hipsters más sofisticados palidecen y se ven como simples mortales. El pueblo sabe lo que es vestir con elegancia y glamour. Aquí se impone moda.

 

 

 

Ellas son la encarnación del deseo, del gozo total por la vida. Curvilíneas mexicanas, sabrosas y rellenitas, que hacen de la plaza el encuentro con la vida. Verdaderas diosas que tienen como pedestal tacones multicolores. ¿Quién se acuerda aquí de las flaquezas que marcan las revistas de moda? Aquí se mueven a todo lo que dan cuerpos morenos, blancos, amarillos, cuerpos multicolores que despliegan en cada paso una alegría que brota como sofisticados pasos. Cuerpos de mujeres trabajadoras, amas de casa, cuerpos liberados mediante el baile.

Ellos galantes y elegantes. La mejor muestra de hombría es saber llevar a su compañera de baile. El mejor hombre es el que mejor baila, todo lo demás son bravuconadas. Aquí todos somos Tintán, pachuco inmortal que nos enseñó que a la autoridad se le gana con el relajo, con la frase ingeniosa y que en el amor triunfa el que mejor baila.
Hay un programa que se sigue cada sábado: por las mañanas danzón, por la tarde salsa y cierra el día con rock and roll. Con los cambios de música vienen otros cambios, los pachucos ceden su lugar a las chamarras de cuero y las faldas largas. Lo que permanece es una plaza conquistada por la gente.

La fama del lugar es tal, que danzoneros de otras partes del país vienen a festejar, año con año, la existencia de un lugar en donde se honra la canija necedad de los mexicanos de querer ser felices.