Luis Lopez Levi
Celso Piña, de La Campana para el mundo
6 October, 2019
El día después de la muerte de Celso Piña en su natal Monterrey, cientos de fans del músico llegaron a las capillas funerarias para despedirse de él en tono festivo. Portando sombreros vueltiaos en sus cabezas, niños tocaban la trinidad instrumental del folclor colombiano: acordeón, caja y guacharaca, mientras otros que acudieron a velarlo se dejaban llevar por la cumbia. A cada lugar al que iba, el músico no sólo llevaba consigo su acordeón, sino la fiesta misma. Celso falleció el 21 de agosto a la edad de 66 años, pero sus seguidores se encargaron, incluso en sus servicios funerarios, de mantener viva su algarabía.
En todo este acto hubo una especie de última reivindicación del músico regiomontano. Las capillas donde fue velado su cuerpo se encuentran en el lado sur de la Loma Larga, una zona que ya no es geográficamente Monterrey sino el municipio conurbado de San Pedro Garza García, la ciudad de mayor poder adquisitivo de México. Celso nació, creció y se forjó al otro lado de esa misma loma, en el otro Monterrey, en los barrios históricamente de clase trabajadora de la Colonia Independencia, del Cerro de la Campana. En las faldas de la loma que la mayoría de los regios sólo ven de lejos en su camino al trabajo y a casa.
La geografía urbana arrinconó esta zona entre las narrativas de prosperidad regiomontana: Al otro lado de la Loma Larga, al sur, están las torres corporativas, mansiones y centros comerciales de lujo de San Pedro. Cruzando el Río Santa Catarina, justo al norte, está el Centro de Monterrey, la cabecera política del estado y la zona que concentra buena parte de la alta cultura de la ciudad. Y al este, hacia el Cerro de la Silla, está el Tecnológico de Monterrey, una de las universidades mejor calificadas de América Latina y alma máter de generaciones de líderes empresariales.
En la cuenta de Instagram de Celso, pueden verse fotos del músico en su gira por Europa hace unos meses. Posa de forma juguetona frente a la Torre Eiffel en París, el Tower Bridge de Londres, la Puerta de Brandenburgo de Berlín. En cada imagen se nota en su rostro un aire de incredulidad, y podría pasar desapercibido como turista de no ser por su acordeón siempre en sus manos, siempre evitando que la cumbia lo agarre desprevenido. No fue en balde su mote de “Rebelde del Acordeón.” Fue un trovador que compartió al mundo el latido del Cerro de la Campana, la historia de un Monterrey pasado por alto, pero no silenciado.
Toda música es producto del movimiento humano. La migración sudamericana hacia el norte trajo consigo a Monterrey la cumbia y el vallenato, a su vez productos del mestizaje musical europeo y africano en el Caribe colombiano. Estos ritmos gradualmente se arraigaron en el paladar musical de los regios, quienes luego la empezaron a adaptar a sus gustos. Así nació de manos del sonidero regio Gabriel Duéñez la cumbia rebajada, una cumbia tocada más lento de lo debido, que acentúa el registro bajo y crea una atmósfera etérea.
Celso Piña Creative Commons
Surgió por un accidente con su grabadora y se volvió la banda sonora de toda una subcultura.
La estética de la cumbia rebajada influyó sobremanera en el sonido de Celso. Desde los años ochenta ya comenzaba a cultivar su carrera musical como intérprete de música colombiana junto con su Ronda Bogotá, el ensamble que fundó con sus hermanos Rubén, Eduardo y Enrique. Pero su salto al estrellato llegó en el 2001 con su álbum Barrio Bravo, que codificó el sonido de la cumbia urbana para la posteridad. Producido por el entonces DJ de Control Machete “Toy Selectah,” el álbum amplificó el poder sonoro de la cumbia rebajada fusionando la voz y el acordeón de Celso con rap, hip-hop y rock. Dos canciones inolvidables de ese álbum son “Cumbia sobre el Río”, con rap de Pato Machete y Blanquito Man, y “Cumbia Poder,” con El Gran Silencio. El disco es puro deleite sonoro, un manifiesto de las contraculturas regiomontanas en sincronía, unidas en un ritmo implacable, contagioso. El repicar de La Campana retumbó por todo el mundo.
Celso tenía 48 años cuando salió Barrio Bravo, algo que no habría sido posible de no haberse rodeado de una generación más joven de músicos dispuestos a entrarle a su apuesta. Y Celso nunca dejó de experimentar, de colaborar con artistas de todo tipo–hizo mancuerna sonora con Natalia Lafourcade, Julieta Venegas, Lila Downs, Totó la Momposina, Ana Tijoux. Uno de sus mantras era “Música es música”, y justo con esa frase tituló su álbum de 2017, una grabación en vivo de sus cumbias más famosas acompañado de la Orquesta de Baja California.
Mucho se elogia el virtuosismo que ostentaba en su instrumento, pero se habla menos del otro 50 por ciento de su síntesis sonora: su voz. Si la precisión de su acordeón lo hizo sobresalir, su voz lo ancló a lo cotidiano. Era terrenal, coloquial, sin entrenamiento vocal. Lo mismo podía ser un tío que se ponía a cantar en la carne asada después de unas cervezas, con una voz de alguien a quien no intenta impresionar a nadie. Su instrumento elevó su música. Su canto la democratizó.
Celso llevó su cumbia por el mundo. O mejor dicho, la cumbia lo llevó a él. Embrujó con su ritmo a públicos internacionales, así como a comunidades mexicanas en el extranjero (su penúltima presentación justo fue en Chicago en el Pilsen Fest, tan solo tres días antes de su muerte). Pero su logro más sobresaliente fue haber sido aceptado en Monterrey. Luego de Barrio Bravo empezó a aparecer en festivales y recintos de mayor perfil, y una vez hizo bailar a Gabriel García Márquez. Al final la mayoría de sus fans eran personas que no tenían idea de qué significa crecer en La Campana, en ese otro Monterrey. Pero con su música él se encargaba de que lo entendieran al menos un poco.
Escuchar el acordeón de Celso es sentir el humo del camión de ruta en la cara. Es maridar la arrachera con cerveza Carta Blanca bajo el picante sol veraniego. Es dialogar con un acento golpeado que no perdona ni se apena. Las historias de éxito que Monterrey transmite al extranjero siempre se originan desde el privilegio: las empresas multinacionales, las universidades de prestigio, la promesa de movilidad social. Celso es el triunfo de la contracultura, prueba de que también se innova en la Independencia, que desde la marginación también se puede trazar el éxito. Su música seguirá pregonando ese sentir de La Campana, aquella zona en lo alto de la loma, visible para tantos, ignorada por tantos más, y elevada por la cumbia que se resiste, que desde su cima grita “¡aquí presente, compa!”