Mario Raúl Guzmán

Mario Raúl Guzmán

De Tamazunchale a Chicago. Un viaje por las ciudades visibles de Julio Rangel

1 December, 2025

Qué estimulantes sensaciones suscita en uno, al internarse en el libro de Julio Rangel, caer muy pronto en la cuenta de estar presenciando la puesta en escena de un escritor que nos transmite su notable reflexión bajo una copiosa lluvia de estrellas del pensamiento. Una reflexión desplegada de manera ensayística —pero con un uso intermitente de recursos propios de la crónica y el relato testimonial—, felizmente enriquecida por una tupida lluvia de voces sumamente ricas en observaciones de esclarecedora lucidez.

Así el autor deambule por viejos distritos urbanos ya en la mira de la especulación inmobiliaria, así advierta en las plazas comerciales la conversión del ciudadano en consumidor, así valore sin prejuicio el múltiple impacto de la abrumadora innovación tecnológica, así observe las reacciones de quienes concurren al deteriorado ámbito de lo público (la escuela, la clínica, el parque), así relata la suerte de centenas de migrantes mudándose de barrio y de jale a cada rato, o así espere temprano y por la tarde autobús o tren en el andén de la estación suburbana, uno se descubre de pronto en medio de una heteróclita reunión de poetas, escritores, artistas plásticos y pensadores de distintas procedencias intelectuales y épocas que atañen en su mayoría al amplio arco histórico de la modernidad capitalista.

Esta inopinada percepción es la que se siente al avanzar en la lectura de El blues de la línea roja, un libro de reciente aparición en cuyas páginas su autor, Julio Rangel, un escritor oriundo de la Huasteca potosina avecindado hace veintitantos años en Chicago, traza su propio itinerario vital en diálogo con autores de variadas disciplinas, convocados justo por sus cualidades críticas. Picado por la curiosidad enlisté conforme iban manifestándose en el libro los nombres de esta pléyade de estrellas entre las cuales no falta algún cineasta, algún científico:

Gastón Bachelard, Roland Barthes, Michael Haneke, Honoré Daumier, Georg Grosz, Upton Sinclair, Borges, Flaubert, John Berger, Carl Sandburg, Walt Whitman, Nikil Saval, Walter Benjamin, Rebecca Solnit, Witold Rybczynski, Marta Llorente, Anne Carson, Ítalo Calvino, Henri Lefebvre, Marc Augé, Darran Anderson, Herman Melville, Franco «Bifo» Berardi, Duchamp, Juan Villoro, Henry David Thoreau, Jay Griffiths, Lewis Mumford, Sylvia Plath, Franz Hessel, Sergio Chejfek, Elías Canetti, Nietzsche, Rousseau, Baudelaire, Jean Baudrillard, Pessoa, Alan Pauls, Rilke, George Beard, Antonio di Benedetto, Fredrich Engels, William Worsdworth, William Blake, Victor Hugo, Edgar Allan Poe, Balzac, Mary Shelley, Doug Most, Dante, Henri Bergson, Einstein, Arthur C. Clarke, Carl Jung, Julio Cortázar, José Emilio Pacheco, José Agustín, Teju Cole.

¡Santo Cielo, qué racimo más potente en su diversidad! Uno agradece que rindan testimonio plural de sus experiencias urbanas —unos en el inicio de la revolución industrial y otros en la deriva distópica de la megalópolis. Si algún título sirve de toldo para guarecerse del vertedero tóxico es el título de Lefebvre: El derecho a la ciudad. Ahí, bajo ese toldo de lona o de polietileno, podemos oírlos discutir, cotejar hipótesis, desmontar mecanismos de exclusión social, compartir inquietudes y relatar pasajes reveladores de lo que les ha sido dado ver en sus respectivas ciudades. Sólo extraño la ausencia del Mike Davis de Ciudad de cuarzo y del José Joaquín Blanco de Los mexicanos se pintan solos, sin olvidar al de Función de medianoche.

Cualesquiera sean sus diferencias teóricas, estilísticas o ideológicas, todos ellos tienen en común su afortunada presencia en la fiesta de la inteligencia que es El blues de la línea roja. Ninguno está aquí de oquis. Es sorprendente la atingencia entre las tesis de unos y los puntos de vista de otros. Recovecos sórdidos e intersticios sombríos de nuestra realidad civilizatoria son iluminados por la linterna de sus reconocidas capacidades de análisis. Y en este libro la síntesis corre a cargo de Julio Rangel, cuya pasión por devorar imágenes halla límite en su destreza para procesarlas en los términos del rigor intelectual. Una síntesis revestida de relato que es a un tiempo vagabundeo reflexivo y crónica urbana alimentada por su curiosidad ante el espectáculo de la vida cotidiana.

No cualquiera es capaz de prescindir de las fastidiosas citas a pie de página —eso gracias a que no es el suyo un libro del Colmex ni su sintaxis la de un académico con doctorado en Falfurrias, Texas. De lo que se trata en su libro es de conversar, y vaya que a sus invitados los pone a conversar no sólo con él sino entre ellos —un logro sensacional, he de decirlo—, en una suerte de ensayo general para una puesta en escena más que pertinente, diríase provechosa. Su manera de citar autores celebérrimos o de grandes ligas es de una llaneza encantadora. Entreveradas con su muy personal reflexión, atestiguamos intervenciones carentes de pedantería. El estilo de Rangel, depurado por años de trabajo con el lenguaje, se sitúa en el extremo opuesto de la pesantez culterana. Saltan a la vista montón de cosas y sucesos en sus recorridos por Chicago, importantes o incidentales pero nunca baladíes, y no se ven en página alguna como nimiedades inconexas. Lo que ocurre en su entorno y lo que extrae del bolso de ixtle de sus experiencias lo relata en una prosa bien plantada mas danzante, plena de elegantes matices expresivos, con giros léxicos de ensayista bien avituallado en las despensas del idioma. Largamente madurado su ritmo. Prosa eficaz la suya, fluida y dúctil aun en la compleja sencillez de sus evocaciones:

“¿Qué voz se levanta de estas páginas? Se han ido acumulando irremediablemente. ¿Qué es todo esto? Divagaciones de un pasajero. O una bitácora, me digo. Una bitácora de fluctuaciones: las de la memoria y las del espacio social; las del lenguaje. Una bitácora como aquellos registros de navegación donde los marineros anotaban las variaciones del tiempo. Así registré, recuerdo, mi lectura deslumbrada de Moby Dick, transcribiendo citas en mi cuaderno antes de devolver el libro a la biblioteca, mientras la línea roja trazaba su viaje acostumbrado”.

En sus extensas caminatas por Chicago, en el uso frecuente del transporte público (cuya ingeniería habría que pensarla como un diseño político, dice él), en sus viajes de ida y vuelta por la ciudad laboral y por las zonas hace no mucho populosas y hoy «embellecidas» por la gentrificación, en su trabajo como traductor y en su actividad periodística Rangel va reflexionando al vuelo de sus propios hallazgos (los pondera a la luz de sus propias vivencias potosinas y a la sombra de sus abundantes lecturas), de manera que en el curso de su libro, en cuyas páginas los fragmentos se suceden en flexible trabazón dialógica, va clarificando, inquietando, poniendo en tela de duda ideas convencionales y lugares comunes sobre las ciudades en cuyas encrucijadas sucumbiremos, o al menos, no saldremos ilesos.

*Julio Rangel, El blues de la línea roja, Residuos/Contratiempo, Chicago, 2025, 203 pp. Prólogo de Marco Escalante.


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Mario Raúl Guzmán. Poeta y ensayista mexicano, autor de 19 poemas. Prologuista y antologador de Jeta de santo, que compila la obra de Mario Santiago Papasquiaro (FCE), y de Bajo el oro pequeño de los trigos, antología de Enriqueta Ochoa (Ediciones El Aduanero). Editor de la revista La zorra vuelve al gallinero. Su libro más reciente es Dos granujas contra Revueltas y otros ensayos político-literarios.