Miguel Marzana

Miguel Marzana

Deshoras

6 October, 2019

Todas las ilustraciones de Deshoras son de Luis Alberto Lorente, de Manzanillo, Cuba, graduado del Instituto Nacional de Arte de La Habana, Cuba, en 1997. Trabaja como restaurador del casco histórico de La Habana,  profesor en la Academia de San Alejandro y artista independiente.

 

Poesía y cuento del taller

 

El taller no es un discurso, no es un método, no tiene una fórmula para hacerte poeta o escritor, el taller por su connotación artesanal es un lugar donde se siembra lo que se escribe y se esparce lo profundizado, el taller es un espacio donde se lee, se analiza, se cuestiona y se critica, es un espacio abierto cuyo centro de retroalimentación está en el intercambio, la opinión, la atracción a la literatura, y la constante necesidad de estar escribiendo. ¿Sufre de monólogos?, ¿gerundios?, ¿le han diagnosticado mala poesía? ¿escribe sobre amor? ¿lee con timidez?. El propósito del taller es subversivo, escribimos para saber quienes somos y qué hacemos en el mundo.

Nos reunimos los domingos en el west loop de Chicago, en el Literacenter (Chicago Literacy Alliance) para más información visita nuestra página: contratiempo.net.

En este Deshoras: Lucia Wrooman, nueva integrante del taller, busca conectar e identificar lo más interesante y significativo en un cuento, a través de su experiencia, el cuento “Tuxedo” es una grata muestra del trabajo y el interés que ha mostrado en los últimos talleres dirigidos por el escritor Ernesto Santana. En los poemas de Miguel Ángel Ontiveros logrados a partir del taller, persiste un diálogo con el presente, los versos nos muestran paisajes que parten de la condición bifurcada del inmigrante frente a la cotidianidad de Chicago, esperamos ver más de su trabajo.

En los poemas de Pedro Pablo se puede percibir un oleaje narrativo: en el que se cuentan historias, se describen hechos y personajes que permiten un ángulo contemplativo donde se formula la pregunta ontológica: ¿quién es el ser que habita en mi? En el cuento: “Te voy a matar Tina” de la escritora Carolina Herrera hay una cópula sensible y humorística en la que la autora escribe la iconografía de mujeres que emergen de las tensiones del alma y se descubren libres. (Carolina ha codirigido nuestro taller: Narrativa en tiempos distintos).

La obra de Ernesto Santana establece conexiones entre diferentes planos de la realidad, establece puertas y salidas entre el espíritu y el mundo humano; donde nos muestra ciudades dormidas, calles desiertas, y el estar atento a los signos universales de la poesía. (Ernesto ha dirigido nuestro taller de cuento y poesía las tres últimas sesiones).

*Isidore Ducasse

 

————————ERNESTO SANTANA———————–

 

Escrito a la luz de los relámpagos

 

Escucho una remota respiración sin cuerpo
(como la del ensoñador invisible para el soñado),
un aliento que se concentra durante siglos para decir
sólo un sonido, una brevísima y única palabra.

Qué aliado tan extraño es el silencio, cuán pavorosa
es su más íntima revelación: somos los únicos seres
que ven la invisible soledad de cada árbol del bosque
y escuchan la inaudible respiración del abismo.

Escuchando he esperado, pero ya he de seguir andando
porque no puedo aguardar más a que se apague el pavor
que me impide ver con claridad el casi invisible trazo
de una línea que nunca y por razón alguna hemos de cruzar.

 

 

Dispalabras

 

Iba caminando y encontré una piedra.
No era una piedra, sino una casa.
No iba yo caminando, sino que leía
la historia en versos de varias masacres
que rimaban entre sí como al azar.
Pero no estaba leyendo, sino recordando
que lo que me pareció una casa era la salida
de una ciudad a la que entré dormido.
Mas no estaba recordando, sino olvidando.
Iba caminando, aunque no iba dormido:
iba muerto por un rato, descansando
de piedra en piedra, como leyendo signos
rimados con la rima casual de las masacres.

 

 

Jamás llueve pero nunca escampa

 

De Rumoria no llegan más noticias
que las órdenes ridículas del orden
y algún que otro aviso de devastación.
No juegues todas tus cartas todavía,
si vives al sur de la ciudad Baraja
y el ganador es el amo y ama el caos.
No hay dioses en tu profundidad
ni luces en tu techo de lo oscuro.
No hay nuevas de Tuguria ni consuelo
para todos aquellos que piensan que todo
está tatuado claramente en la piel del mundo.
El colmo, ya tampoco hay avisos de Baraja.
¿Cómo soñar contrapunto de puertas o armonía
si no hay más que fuga en provisión?
Herreros mil forjando millones de gallos de veleta
que un solo viento moverá si acaso
o no.

 

 

El bosque petrificado

 

Nos curábamos la mano herida con la pierna sana.
La cara rota se rehacía con la espalda quebrada.
Atrapábamos un puñado de viento y lo mascábamos.
Un pie golpeaba al otro para andar un camino en que,
de un horizonte al otro, las ruinas devoraban ruinas.

 

 

————————LINDA WROOMAN———————–

 

Tuxedo

 

El capitán del barco no solo parecía haber perdido la razón, los gritos traspasaban las delgadas paredes de su oficina y las tres mil personas a bordo de la nave junto con las docenas de amarradores en el puerto de Yokohama, empezaban a incomodarse por el retraso. La oficina era pequeña, bastante oscura, pero la bandera inglesa se distinguía perfectamente en una esquina, al igual que la tensión y la angustia podían sentirse y hasta olerse a través del sudor de cada uno de los que estábamos ahí dentro. Como tripulante de un trasatlántico de la compañía naviera inglesa Cunard, estandarte de la marina británica, sentía que mi cuerpo y mis sentidos no daban más al final de aquel crucero alrededor del mundo en 1987.

Nuestro contrato de seis meses con jornadas laborales de 13 horas y sin días de descanso había expirado, estuvimos en movimiento continuo por casi 8 meses, las gigantescas propelas ni siquiera en puerto se silenciaban, la nave de 64.000 toneladas desaparecía casi por completo cuando las olas cubrían toda su eslora, las cascadas que éstas producían tardaban 10 minutos en salir de la estructura, soló para repetir la náusea con la ola que se avecinaba. Las tormentas forzaban la velocidad de las hélices a su máxima potencia, la nave vibraba de tal forma que superaba el terror de una de mis pesadillas infantiles, esto no era compatible con la naturaleza de mi cerebro y pensaba que en una de esas el barco no saldría a flote, me resultaba difícil imaginar el tamaño del navío estando atracado en puerto cuando cruzamos el Atlántico y el Pacífico en plena tempestad.

Al embarcarnos en Southampton, no estaba consciente de los que nos esperaba, aunque sabía que debía pagar un precio por conocer un poco la diversidad cultural de los 34 países que visitamos. En Tianjin, que era el último puerto que habíamos visitado, vi que el sistema comunista contrastaba brutalmente con el capitalismo en el que nos encontrábamos porque ahí la tripulación ocupaba el primer lugar en el rango. Eso me sirvió de motivación para pedirle a mi esposo que solicitara nuestro desembarco en Japón. Habiéndolo decidido, mientras hacia mis maletas saturadas de recuerdos decidí no empacar el tuxedo que mi esposo utilizaba en las cenas de gala como gerente de uno de los restaurantes a bordo del Queen Elizabeth, lo contemplaba extendido sobre la cama, recién salido de la tintorería, me consternaba deshacerme de él porque era más que un recuerdo pero al mismo tiempo representaba algo más.

 

 

 

El costo de los boletos de Tokio a Málaga, que es donde vivíamos, era de 6.000 $. y el capitán no estaba dispuesto a cubrirlos, ni nosotros tampoco. La negación del capitán inglés a nuestro desembarco se agudizaba conforme pasaban los minutos, hasta que finalmente vociferó:-Revelarse a la orden de un capitán es una felonía en contra de la corona británica que se castiga con arresto inmediato por las leyes de navegación, y ustedes están bajo nuestras normas y en territorio inglés.

Entonces la máxima autoridad del puerto japonés expresó:

-Capitán, el tiempo que tarda esta discusión hace que los gastos del Queen Elizabeth al permanecer en el muelle de Yokohama resulten muy superiores al costo de los boletos de avión de estos dos tripulantes, por lo que no aceptaremos su desembarco sin boletos de salida. Le recuerdo que en Japón está prohibida la inmigración ilegal y ellos serán custodiados por nuestras autoridades hasta su partida.

El silencio se hizo inminente, mi esposo y yo aprovechamos para abandonar la oficina. Más tarde y sin imaginárnoslo, un oficial nos entregó nuestros boletos de avión y nos ordenó abandonar el barco inmediatamente. Así, con las maletas ya hechas salimos corriendo y me quede pensando si lo había empacado, pero el tuxedo se quedó sobre la cama, impecable, con el vaivén del barco y la vibración de las aspas.

 

————————PEDRO PABLO MARÍN———————–

 

Resucitado

 

La mosca vuela en la habitación del motel, en sus pequeñas extremidades trae los residuos de un sexo muy antiguo. Abro la ventana para escuchar el ruido de la ciudad. El jazz de la noche ya no tiene noche, es el mismo compás de siempre.
Escupo para ver mi materia hundirse en el suelo y ver mi sombra proyectada en el otro edificio, estiro mi mano para alcanzarla pero no lo consigo, entonces me alcanzo el pecho que está más cerca que mi sombra.

Desciendo a la ciudad desde el quinto piso. El ascensor por el que ahora desciendo, o tal vez podría decir, el descensor por el que también se asciende, es como un sepulcro que me va preparando para la resurrección: cinco, cuatro, tres, dos, uno, planta baja. Se abren las puertas de la tumba como dos piernas, doy mis primeros pasos dirigidos hacía lo que alguna vez nombré la vida, saludo a la portera que es la primer mujer en verme resurrecto.

El aire está caliente y no sé si es por mi nuevo cuerpo o porque hay mucha gente viva en la calle; nadie nota que hace un tiempo estaba muerto.

Un hombre sin manos me ofrece cigarros y dulces, le compro dos y me los fumo delante de él al mismo tiempo -nadie había hecho algo así por mí- me dice a los ojos.
Se siente bien fumar por otra gente y es que ahora puedo hacerlo, ahora puedo ir a cualquier lugar y no perderme, ahora sé que uno asciende por el descensor, sé que las sombras son inalcanzables y que es algo bueno andar por la calle recién resucitado.

 

Orange line a tierra santa (fragmento)

 

Cierro los ojos.

Atravieso la ciudad,
Como si fuera una antigua peregrinación hacia el maestro;
lo encontraré en la Washington Wabash
me dirá el sentido de la vida.

Estación Ashland
las puertas de la máquina
abren y cierran la entrada al mundo.
Estudiantes llevan a su espalda,
las pesadas mochilas del conocimiento muerto.

Nadie habla,
Sé que el silencio prepara mis ojos
para ver al santo de los santos.

Un solo motivo:
llegar al templo para rendir honor y lealtad a uno mismo.

La ciudad activa el calor ancestral de mis células.
visiones
metales ardiendo
y tragos de alcohol

advierten
que la ciudad fue construida
para que todo aquel que la camine
se sienta pequeño.

Así,
quedará en la consciencia
que todo valor llega con la muerte
y toda transformación
ha de ser mediante el fuego.

Nada más indiferente que un edificio
un gran edificio
un rascacielos.

Camino en la ciudad,
asustado,
acaricio la sombra de los muros.

Busco el templo que me toca por nombre y herencia,
en cada esquina pregunto a los profetas,
no hay respuesta
ellos solo anuncian lo cercano del juicio final
esperando ser arrebatados en un carro de fuego,
como Elías o Ginsberg;
ver a sus pies arder de nuevo la ciudad
envueltos en misticismo.

 

————————MIGUEL A. ONTIVEROS———————–

 

Vacío

 


de verdad
soy un gordo
sin proyectos
un sombrero
harto de conejos
un arlequín perdido
sin guitarra
nada tiene que ver el mar
pero
a-mar-ga-
la canción rueda
en la calle
otro zafarrancho
este gordo se aleja
silbando
su sombra
pero no la de usted
vacía
lector de sombras.

 

 

Tirando la cortina (fragmento)

 

mi voz pausa
cae otra
catarata
impide deleitarme
con coros juveniles
el perro me saca a pasear
a mí que descubro
es tarde
para soñar
el mundo despertando a su voz
de tejaban
el gato escribiendo nuestra histeria
tira la cortina de la noche.

 

 

————————CAROLINA HERRERA———————–

 

Más te vale, Tina

 

La Habana, Cuba, 1959. El viernes de la desaparición, hacía tanto calor, que los niños se quedaron dormidos más temprano que de costumbre. Esa noche, Diego Balart llegó de trabajar pasadas las ocho y en lugar de encontrar a Tina esperándolo con la cena, encontró a Delia, su suegra, en la cocina. “Tu mujer no ha regresado”, le dijo, mientras picaba una sandía con la mano izquierda. Unos años antes, había sufrido una embolia que le había paralizado el lado derecho del cuerpo. “¿A dónde fue?”, contestó al tiempo que extendía la mano para tomar un trozo de sandía. De un movimiento, Delia enterró el cuchillo en la sandía, aniquilando en un instante el plan de su único hijo, y sin chistar le respondió: “Dijo que iba a comprar hielo. De eso hace tres horas. ¿Tú quieres un arrocito con pollo, mi amor?” Diego miró el reloj, se aflojó la corbata y se sentó a comer. Cuando se terminó el arroz con pollo, la yuca, los tostones y tres rebanadas de sandía, decidió salir a buscarla. Seguro estaba en casa de Omaida, su mejor amiga, jugando cartas. “Ahora vengo, mami”.

Omaida vivía a escasas dos cuadras, pero a pesar de que ya había bajado el sol, el calor no había menguado y el sudor comenzaba a brotarle por las sienes. Se arrepintió de no haberse cambiado la camisa por una guayabera. ¡Más te vale Tina que estés en casa de Omaida porque si tengo que caminar más con este calor, te mato! ¡Te mato, Tina! Omaida le dijo que habían coincidido esa mañana en la escuela de los niños, como todos los días y le aclaró que la jugada había sido la semana pasada. “El segundo viernes de cada mes, chico, que por cierto, le fue muy bien, se llevó toda la plata. ¿Ya tú fuiste con Martica?” ¡Ay, pero tu vas a ver cuando yo dé contigo, Tina! ¡Mira que no decirme que te ganaste una plata! ¡Yo te mato, Tina!

Cuando llegó a casa de Marta, Diego se metió hasta la cocina y se paró frente al abanico colocado sobre la mesa. Marta le sirvió un vaso de limonada y le platicó que la había visto el día anterior en el salón de belleza. “Nos hicimos la manicura y platicamos de pura bobería, ya tu sabes, con este calor no se antoja nada. Y pensar que en Argentina es invierno. ¿Tú puedes creer eso? Yo no entiendo cómo es que allá está haciendo frío, chico.” Diego se tomó la limonada de un trago y le pidió que lo llamara si sabía algo de ella. ¡Si me entero de que andas contando nuestras cosas, yo te mato, Tina! ¡Te mato!
Lourdes, la costurera del barrio, le dijo a Diego que la había visto el día anterior. Había pasado a recoger unos vestidos que había mandado a arreglar. “Le tuve que meter en la cintura, chico. ¡Mira que se ha puesto flaca! ¡Todo le vino de maravilla!” Diego le sonrió a medias, le dio las gracias y salió del lugar. Ya había anochecido y no eran horas de tocar puertas. ¡Espero que hayas pagado con el dinero que te ganaste en el póker y no con el gasto de la semana, Tina! ¡¿Pero dónde te has metido, tú?! ¡Ay Tina, te voy a matar!

Eran casi la once de la noche cuando volvió a casa. Traía pegado el sudor en la frente y en las axilas. Delia se había quedado dormida en la sala y decidió dejarla ahí. Caminó por el pasillo de puntitas, para no despertarla, y justo cuando iba a llegar a su recámara, escuchó la voz de su madre. “¿Diego?” La frustración se le escapó por los hombros. Volvió sobre sus pasos y le explicó con detalle la ruta que había tomado y el resultado de su investigación. Delia escuchó atenta, absteniéndose de hacer preguntas. Luego le pidió que la llevara a su cuarto, y así lo hizo. La ayudó a acomodarse en la cama y se despidió de ella con un beso. Antes de apagar la luz, la escuchó decir: “Tú deberías darte un baño.”
El sábado en la mañana pasó por la estación de policía temiendo que se hubiese metido en un lío y estuviera encarcelada. ¡Ay Tina, si tu estás presa otra vez…! ¡Si no se te ha quitado lo manolarga, yo te mato, Tina! ¡Te mato! El oficial que lo atendió le dijo que no podían hacer nada hasta pasadas 24 horas. “¡Coño oficial! ¡En 24 horas pueden pasar muchas cosas! ¡Exijo hablar con el Comandante Medina! El hombre lo miró con ojos cansados, “Mira chico, el comandante Medina salió de vacaciones y no regresa hasta dentro de un mes, pero si tu mujer no aparece para mañana, yo me encargo personalmente de buscarla”. Diego comenzó a desesperarse.

 

 

Se detuvo en los hospitales temiendo que hubiese sufrido un accidente. ¡Carajo, Tina! ¡Espero que no te hayan atropellado porque los niños no se cuidan solos! ¡Cómo tú hayas estado de coqueta y te hayas distraído! ¡Porque cómo te gusta que los hombres te vean el culo! En los hospitales ninguna mujer con las generales de Tina había ingresado en las últimas horas. Llegó a la morgue pensando lo peor. ¡Espero que no estés muerta Tina porque entonces no voy a tener a quien matar! El doctor Monsiváis había sido su compañero en la secundaria y cuando Diego le pidió que le mostrara los cuerpos de las mujeres que había recibido desde la noche anterior. Aun sabiendo que ninguno correspondía a la descripción física de Tina, no pudo decirle que no.

Al llegar al último cuerpo, Diego Balart levantó la sábana y comprobó que no era ella. ¿Tú también saliste a comprar hielo? Monsiváis lo vio con un poco de lástima y le recomendó ir a la policía. “De allá vengo, mi hermano”, Diego continuó la plática con el doctor más que nada por el aire acondicionado, y un poco después, bastante refrescado, se despidió y caminó hacia la tienda del barrio. ¿Pero donde te has metido tú, Tina? ¡Mira que cuando te encuentre!

La empleada, una negra de tetas rebosantes y un culo todavía más espectacular que el de Tina le dijo que su mujer había pasado por ahí la noche anterior, pero no había comprado hielo, sino cigarros. No se había fijado para donde había virado al salir. Todo esto se lo digo con las tetas apoyadas en el mostrador. A Diego se le hizo un nudo en la garganta, y con la voz cortada le dio las gracias y salió de ahí. ¡Ay Tina! ¡Ay Tina! ¡Espero que estés muerta!

Delia estaba en la cocina meneando una olla de natilla, cuando escuchó a Diego entrar. Desde su asiento le dijo que había un telegrama sobre la mesa de la entrada. Diego tomó el sobre y se dirigió a la cocina. Se sentó en la mesa y leyó el telegrama en voz baja, mientras Delia le pasaba un vaso de agua con hielo. ME HE IDO CON PABLO A BUENOS AIRES. STOP. NO NOS BUSQUES. STOP. CARIÑOS A LOS NIÑOS. STOP.

– ¡Qué dice, Diego!
– Que regresa en un mes.