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El Primero de Mayo en tiempos de ola reaccionaria

30 April, 2025

A mediados de los años setenta, el escritor y periodista Studs Terkel publicó un capítulo en un libro colectivo editado por Leonard Silk, El capitalismo americano, en el que defensores y críticos del sistema capitalista diagnosticaban los problemas del sistema y especulaban, en función de sus preferencias, sobre la necesidad de introducir grandes reformas o sobre su inevitable implosión. El capítulo de Terkel daba voz a varios obreros que expresaban su malestar por la ausencia de reconocimiento social. Uno de sus entrevistados, Mike Fitzegerald, trabajador de una fábrica de acero, decía: “Me siento como los tipos que construyeron las pirámides. Alguien las construyó. Alguien construyó el Empire State Building también. Hay mucho trabajo detrás de esto. Me gustaría ver un edificio, por ejemplo el Empire State, con una franja de un pie de anchura desde la cúspide hasta los cimientos con los nombres de todos los albañiles, de todos los electricistas. De este modo, cuando un hombre pasara por allí, podría decirle a su hijo, “Mira, allá estoy yo, sobre el piso 45. Puse esa viga de acero.” (…) Todo el mundo tendría que tener algo a lo que poder señalar.” 

La tendencia de las sociedades capitalistas a ignorar a sus trabajadores se rompe, al menos, una vez al año. Las imágenes de cada Primero de Mayo, con millones de trabajadores manifestándose en los cinco continentes, son un buen recordatorio de la pervivencia del movimiento obrero organizado y de su internacionalismo. Como es bien sabido, la tradición del Primero de Mayo conmemora la huelga general que los sindicatos estadounidenses iniciaron un primero de mayo de 1886 para reivindicar la jornada de ocho horas, y que desembocó tres días después en el incidente de Haymarket en Chicago. A raíz de la letal confrontación entre la policía y los manifestantes, cinco anarquistas fueron injustamente condenados a muerte. Cuatro años después, a petición del principal sindicato estadounidense, la American Federation of Labor, el movimiento obrero internacional organizó la primera movilización mundial del Primero de Mayo, con el doble objetivo de exigir la jornada de ocho horas y de homenajear a los Mártires de Chicago. El éxito global de la convocatoria lo fue convirtiendo en una celebración anual de las organizaciones obreras y, con el tiempo, en fiesta oficial en muchos países, aunque, ironías de la historia, nunca logró serlo en su país de origen, Estados Unidos. 

En cualquier caso, a lo largo del siglo XX, la creciente popularidad del Primero de Mayo era un fiel reflejo del ascenso del movimiento obrero en todo el mundo. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, el consenso antifascista y las promesas sociales a los veteranos de guerra propiciaron un ambiente en el que los sindicatos ocuparon un papel relevante, que fue aprovechado para lograr y consolidar grandes conquistas para la clase trabajadora y para la democracia. En su dilatada historia, los sindicatos han protagonizado luchas tan importantes como la progresiva extensión del sufragio, la limitación de la jornada laboral, la abolición del trabajo infantil, el acceso universal a la sanidad y el establecimiento de sistemas de pensiones para la vejez y los accidentes laborales. Al defender los intereses de la mayoría trabajadora, los sindicatos han contribuido más que nadie en la construcción de democracias más auténticas y con cierto grado de cohesión social.

No es casualidad, pues, que el actual auge de la extrema derecha y el sombrío futuro de las democracias coincida con un largo proceso de debilitamiento de los sindicatos. Hay que reconocer que el movimiento obrero organizado viene experimentando problemas desde finales de los setenta. No es menos cierto que, independientemente de sus errores y de la dificultad para adaptarse a nuevas formas de organización del trabajo, gran parte de su actual debilidad se explica como resultado del desgaste al que han sido sometidos por décadas de hegemonía neoliberal. En su momento, el movimiento neoliberal ofreció una interpretación de la crisis económica de los setenta que resultaba muy conveniente para las élites: para frenar la inflación derivada de la crisis del petróleo, los gobiernos debían frenar los aumentos de los salarios reales de los trabajadores y tolerar altos índices de desempleo. Para lograrlo, era necesario enfrentarse a los sindicatos. En los años ochenta, las grandes batallas de Thatcher contra los mineros (1984-85) y de Reagan contra los controladores aéreos (1981) sirvieron para dar ejemplo. 

La reacción neoliberal lleva casi medio siglo avanzando en la aplicación de su propio programa de reformismo radical. Como consecuencia de las privatizaciones, desregulaciones, reformas regresivas del sistema fiscal y recortes del gasto social, la desigualdad se ha disparado. Probablemente el mayor éxito de las derechas a nivel mundial es el de haber llegado a la Gran Recesión de 2008 sin unos sindicatos fuertes que pudieran dar expresión política al sentimiento de rabia y descontento que domina a la sociedad desde entonces. Sin la competencia del movimiento obrero, la extrema derecha ha sabido canalizar este voto de descontento, combinando algunas promesas tradicionales de la izquierda -pleno empleo, nacionalismo económico, incrementos salariales- con enfoques típicos de la reacción -culpar a los trabajadores inmigrantes, glorificar a los oligarcas, amenazar las libertades democráticas, etc.

Para hacer frente a la extrema derecha, la izquierda debe volver a asumir la centralidad del obrerismo. Si se quiere recuperar la credibilidad perdida, no se puede seguir tratando al movimiento obrero como si fuera simplemente un grupo de presión más. Hay que regresar a la época en la que la izquierda contaba con líderes destacados que provenían del mundo del trabajo. Es necesario, pues, poner fin al actual monopolio de la clase media en el liderazgo de la izquierda política. Todo el mundo tendría que tener un líder político al que poder señalar.

 


Andreu Espasa es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.