
Jochy Herrera
“Ese campo minado”. Desgarro y redención en la poesía de Jorge Frisancho
12 May, 2025
estábamos al borde de nuestra totalidad, vueltos hoguera
pendientes del plural y sus desasimientos
pero perdimos el mundo y las cosas del mundo
en el ácido vocabulario del capital, y lo abandonamos todo
a los devoradores desiertos del porvenir, amantes de su máquina y su causa.
Densos de diseminación, aprendimos a vivir en el desequilibrio,
en los espacios intersticiales, en los falsos mapas.
Quizás fue Raúl Zurita el poeta latinoamericano que con mayor destreza y dominio literario exploró la posibilidad de encontrar empatía y fraternidad hacia el prójimo desde el sí; lo hizo en un ejercicio donde llegar al fondo de uno mismo significó traspasar al fondo de la humanidad entera. El chileno, quien padeció la consternación en primera persona resultado de las violencias acaecidas en su tierra, siempre reconoció la imposibilidad del lenguaje ser capaz de nombrar el dolor a plenitud; mas, halló en la poesía nuevas posibilidades de redención ante las hecatombes vividas en aquellos años aun así confesase en un arrebato de lucidez que “somos una raza de criminales condenados a construir el paraíso”.
Ha transcurrido medio siglo desde entonces y apenas bastaría mirar a nuestro alrededor para percatarnos de que vamos de mal en peor; de que el sujeto, otrora protagonista de la colectividad y de su entorno ha sucumbido ante el exterminio del nosotros. Ante la agonía de la pluralidad que otorgaba sentido al Homo sapiens, hoy él ha trastocado en comensal de genocidios; en destructor de la naturaleza, y, a la vez, damnificado del capital, ese nuevo tótem progenitor del ubicuo consumo instantáneo habitante de la posmodernidad idólatra del individualismo y sepulturera de la razón. Son estos desgarramientos los que justamente ha depositado Jorge Frisancho (Barcelona, 1967) en su más reciente poemario, Ese campo minado (Álbum del Universo Bakterial, Lima 2024) como urgente testimonio del Hombre que reclama la conciencia de su propio pasado con puños de ceniza en la garganta.
A nuestro ver, este libro, simultánea confesión y apelación desde la primera persona transeúnte del presente hacia el pasado, inicia con un mea culpa a la desesperanza que ha anestesiado las promesas; y se cifra, paradójicamente, en el cuestionamiento de la eficacia de la palabra para nombrar los vértigos contemporáneos o como instrumento anticipatorio de un necesario estallido: ¿ha llegado el momento de considerar las trayectorias de/ concentración, los hábitos de consumo, las demandas/ materiales de existir/ en el poema?/ En otras palabras:/ ¿cómo decir paisaje/ sin decir incendio? Porque, en efecto, hace tiempo vivimos en un campo minado cuyos riesgos vedados y visibles van desde el estar de uno en uno y no de múltiplos, es decir, desde padecer sed de denominadores en un campo común que no sabe de común atrapado entre las emanaciones de la soledad, hasta ser testigos de la dolorosa (y cómplice) ceguera colectiva del silencio.
El cuerpo contemporáneo, por su parte, tema ya abordado por Frisancho en Estudios sobre un cuerpo (1991), víctima de la hiperapariencia dictada por el mercado que le ha transformado en ardid, cesó de representar aquella vida nueva que prometían el mar y los zooides; los azúcares y fosfatos primigenios, deviniendo en lo que ahora somos: (…) hechos de lenguajes inconmensurables,/ amos de lo que no fue,/ sin más significado que nuestra equivocación… Asistimos, pues, en este siglo adolescente a una corporalidad desprovista de vasos comunicantes donde ella padece el eclipse de toda emoción y sentimiento “hasta en la piel que se remeda y en las promesas de su circulación en el tráfago en el que se libera”. El cuerpo, entonces, en definitiva, como abstracción y extracción a mano del verbo deberá ser de nuevo aquel refugio donde una vez habitó la silueta de la maravilla sintiente y pensante que hemos de ser: porque para liberarnos solo tenemos bramidos/ estas palabras que arden en la boca del estómago/ y esta boca que arde al pronunciarlas/ como ecos de nada en un cuarto vacío…
Si la filosofía pretendió asir la realidad y existir humanos a través de la búsqueda del conocimiento, si la poesía aspiró a reflexionar sobre aquella a través de la incesante tarea de convertir las cosas del no ser al ser según el paradigma platónico, Frisancho hará lo propio, verso en mano, cavilación en cavilación sin tropiezos ni imposiciones. Ora confrontando el tiempo, ora el jamás, el borde, y hasta el destino: Jamás es el lugar que nos contiene/ como una herida abierta contiene su cicatriz./ Jamás es el punto de partida/ donde nos encontramos siempre/ a punto de partir.
Luis García Montero ha dicho que el desprestigio de la política actual se debe al dudoso comportamiento de muchos de sus ejecutores y a la cancelación de las ilusiones colectivas de la modernidad sustituidas estas por un pragmatismo económico rotundo; en tal contexto, el granadino reconoce que ha habido mucha mala poesía política por variados motivos, pero también el que “en manos de los buenos poetas, cualquier tipo de exigencia y cualquier preocupación significa una búsqueda inmediata de recursos líricos y de tonos apropiados para dar respuestas literarias dignas a las nuevas expectativas”. Nuestro vate, se haya propuesto o no un ejercicio de poiesis sociopolítica, por fortuna ha entregado en los versos de Ese campo minado verdaderos estallidos de inclasificable, simbólica y revolucionaria luminosidad: nosotros los que estamos dejando de existir/ como seres sociales, nosotros/ los que vamos a morir te saludan, nosotros/ el capital humano… (“Ave, Caesar: Morituri te salutant.”).
Frisancho se confiesa atónito ante la deconstrucción del (al parecer) peligroso término “nosotros” en este maremágnum llamado presente donde en el “oráculo” de Google la acepción “yo” aparece citada en siete millones de instancias, cuatro veces más que el vocablo “nosotros”; donde el narcisismo pariente del selfi reconstruye solitarios yoes desde el hábitat del homo photographicus. Así, para el poeta vivimos y estamos desamparados en el páramo de las palabras, y, a pesar de ello, sacudido por la solidaridad se pregunta a viva voz qué se le debe a quién si no es a todos, todo/ qué te deben estas voces tentativas/ qué te debo cuando estoy a ciegas/ hermana, hermano que me miras/ si no es esta pluralidad que nos desdice, este abrirse repentino/ de lo pronominal, este acto de sumar que nunca cesa/ esta suma continua/ que nos hace a cada uno, y a dos/ multitudes sedientas…
En el epígrafe que acompaña estos comentarios el peruano-español ha advertido sobre los falsos mapas en los que, por imposición o circunstancias, migrados y migrantes, afincados o desplazados, inconformes o ciegos, hemos aprendido a vivir en franco desequilibrio. Empero, esta denuncia alude también a mapas allende geografías y fronteras; al rescate de lo mejor de nuestra humanidad a fin de resguardar cada hálito de sueño, cada trazo de esperanza y maravilla vilmente robadas por esa deformada y catastrófica forma de modernidad que unos cuantos insisten en imponernos
Jochy Herrera, es escritor y cardiólogo; autor de Fiat Lux. Sobre los universos del color (Huerga & Fierro, Madrid 2023) y Premio Nacional de Ensayo de la República Dominicana 2024.