Katalyn Solís

Katalyn Solís

Kusama, O’Keeffe y nosotras

8 March, 2025

Hace poco vi un documental sobre la prolífica y compleja vida de la artista Yayoi Kusama y entre las tantas cosas que aprendí al respecto, me quedé con un dato muy preciso. En diciembre de 1955 la madre del modernismo americano Georgia O’Keeffe contestó a una de sus cartas que la entonces joven Yayoi le envió desde el lejano Japón. En ella, O’Keeffe le aconsejaba que para perseguir sus sueños como artista debía ir a las ciudades, y, si es que realmente lo anhelaba, debía construir su propio camino. Esta idea me dejó completamente conmovida y no pude dejar de reflexionar al respecto. Y es que, en el marco de este 8M considero fundamental seguir hilando todas las redes de mujeres que sean posibles.

A pesar de que en la actualidad la mayoría de las mujeres occidentales gozamos de todos  los derechos políticos —ciudadanía, voto, representación política— en lo que respecta a los derechos sociales las brechas siguen siendo abismales y en muchos de los casos se vuelven cada vez más problemáticas y profundas debido a que los discursos de odio en contra de las minorías se han exacerbado en la última década.

En este país, por ejemplo, los altos cargos gubernamentales y económicos los ostentan hombres con intereses muy específicos en torno al sistema capitalista. Si bien en países de Latinoamérica como México la paridad de género es una realidad política, y actualmente su presidenta es enaltecida en la mayoría de los medios de comunicación, la vida de las mujeres mexicanas sigue en peligro y 11 de ellas mueren a diario. Del mismo modo, hoy Perú y Honduras tienen presidenta y sin embargo, los márgenes de violencia, pobreza y desigualdad no han cesado para ninguna de las mujeres que allí habitan.

Cuando hablamos de derechos sociales también hablamos del derecho que tenemos a decir “no” y “basta”. O en otras palabras, el derecho al consentimiento y a la defensa de nuestra propia integridad física y emocional. Recién escuchaba a una periodista contar que su hija de 13 años le platicó de manera natural que sus amigas estaban siendo acosadas por sus compañeros y que incluso uno de ellos había ejercido violencia sexual. Esta historia, desafortunadamente, también resonó en mí, pues en las últimas semanas una menor muy cercana a mí vivió algo similar. Cuando la periodista explicaba todo lo que tuvo que dilucidarle a su hija, fue como reconocerme en ella y lamentar que yo también tuve que hacerlo. 

Y es que, en el mundo de la política, es decir de lo público (como lo propone Schmitt), las cosas avanzan, cambian, retroceden un paso pero avanzan tres más y eso nos genera una idea de progreso colectivo, o al menos nos hace creer que el paso del tiempo juega a nuestro favor, pues el pasado ya no puede repetirse. Entonces, cuando escuchamos testimonios como el de aquella periodista, nos parece inconcebible que después de tanto trabajo generacional, la infancia y juventud actual pasen por los mismos problemas de género.

En efecto, si hace un par de décadas este problema recaía en la falta de información y educación, hoy el problema está en propiciar el acceso a ella. Por más que las leyes cambien y las mujeres ostenten espacios públicos, por más que las mujeres gocen de su libertad económica y sexual, si en la esfera de lo privado no reeducamos a nuestras niñas y las alejamos de horizontes domésticos y paternalistas, este acceso nunca va a llegar. Y entonces, ¿qué nos corresponde a las mujeres que deseamos una vida libre para todas las demás? 

Nos toca como derecho político y social, como deber ser y hacer, seguir organizándonos primero desde nuestra individualidad. Reconocer y abrazar nuestra propia historia. Soltar si es que debemos dejar algo. Perdonar sólo si es justo. Romper si no lo es. Después, debemos comprender la centralidad en nuestras vidas de nuestra red femenina más cercana de apoyo. Algunas las encontramos en nuestras mamás, abuelas, tías o primas, otras en nuestras amigas. Quienes ellas sean, debemos recordarnos que las tenemos y ellas a nosotras. Luego, es necesario plantearnos hasta dónde podemos ayudar a alguna otra mujer que no forme parte de nuestro círculo cercano. Si es que podemos, claro. De allí, el camino es largo e infinito. De allí, una historia de vida puede cambiar. 

Tal vez, las cartas entre Yayoi y O’Keeffe nos ayuden a imaginar el poder que tenemos entre nosotras. La fortaleza y resiliencia que la palabra de otra mujer nos brinda. A Yayoi le pasó en un invierno del 55. Ojalá que a nosotras nos pase igual.

Feliz y combativo 8M. 

Ilustración de: Ariandy Luna, artista gráfica e ilustradora

 


Katalyn Solís es historiadora por la Universidad Nacional Autónoma de México. Nació en Actopan, Hidalgo y vivió durante muchos años en la Ciudad de México. Actualmente radica en Chicago, Illinois. Sus líneas de investigación son la historia de las mujeres en el siglo XX y el cine contemporáneo. Su película favorita es “Taxi Driver” y cree que “otro mundo es posible”.