Miguel Marzana

Miguel Marzana

Perturbaciones

5 July, 2019

Simplificando el concepto de ondas, los estudiosos de la energía y la materia concluyeron que una onda es una “perturbación” que propaga energía a través de un medio. La propagación de la energía depende de las interacciones entre las partículas que forman el medio. Las partículas se mueven a medida que pasan las ondas, pero no hay un movimiento definitivo de partículas. Esto significa que una vez que una onda ha pasado, las partículas vuelven a su posición original. Como resultado, la energía, no la materia, se propaga por las ondas.

El festival de poesía en abril es consistente con este concepto cuando comparamos el estado de la sede después que este culmina, es decir (a nuestro modo y puesto que celebramos la poesía) que: esta aglutinación de poetas, arte y poesía se dispersa longitudinal como las palabras en el aire, transversal porque dirigiéndonos hacia arriba o abajo, nos apunta entre pa- ralelos y/o superficialmente como la metáfora, que nos toca como una gota de agua cuando cae sobre nosotros y nos mueve.

Después que la energía poética ha pasado por la ciudad y nuestras habitaciones humanas, se percibe todo un poco quieto en el ambiente, tal vez posicionado como estaba en un principio; tal vez no. Porque la perturbación (en buena onda) con que se carga por treinta días a la ciudad de Chicago no repliega totalmente, y es en esa virtud que al igual que una radiación electromagnética prevalece en la impresión, resonancia y memoria de nuestros participantes y asistentes.

En esta duodécima edición de Poesía en abril, abrazamos y compartimos poesía con los poetas: Maya Islas de Cuba, David Huerta, Victoria Cuacuas y Vincent Velázquez de México, Roxana Crisólogo de Perú, Lina X. Aguirre de Colombia, Wingston González de Guatemala y María Paz Moreno de España.

A continuación y como dijo Gaston Bachelard en La poética del espacio “debemos escuchar a los poetas”.

 

La Divinidad que devora. Poemas de Machu Picchu

 

 

Si llego al papel

es para hablar sobre relámpagos que caen en el mar y desarrugan el borde de las mañanas.

Y es que así quiero llenar las hojas, crecer dentro de una casa

que guarde palabras en sus maderas; no hay duda de que el pueblo que veo devorará una estrella

para caer culpable

sobre la piel asustada de otros hombres. En este mundo nadie habla,

todos pasan por las calles donde un océano existe,

las cigarras entran por el alma con voz decidida

aceptando la violencia del crepúsculo por donde paso,

lentamente, para todos.

 

A Gastón Baquero

 

El desorden era vidrio y viento, un lugar para la locura,

la lluvia, sobre la inteligencia, creaba una flor.

Han seguido pasando cosas sin importancia: fija tu mirada, no te sobran pedazos de pan sobre el labio

La única manera de irte

es rompiendo el compás que flota en los días locos de la poesía

Hombre serio, con un mapa de norte a sur abres el cuello para acomodar la cabeza, tu alma de madera necesita clavos algodones disimulados en los ojos.

La figura de tu propio Ser está dirigiendo el canto.

Puedo mirarte y recoger el cielo

la profunda inquietud de los magos listos a levantar la luz,

la suave mano escribiendo

que un árbol tiene cuerpo y hojas

y que su espacio es una superficie inesperada donde cae día tras día

tu alta ceja.

Mi alma poblada de conciertos

te avisa sobre aquella soledad a distancia, temblando en un punto.

La penumbra llegó a ti,

ordenó las piedras, el color de tus olas.

De alguna parte salieron los caballos a celebrarte, algo épico olimos en el horizonte, una música… el tiempo ha quitado las caras,

la algarabía de tus formas:

mi espada reza sobre esta imagen.

 

 

 

Este no es Disneylandia, Diana Solis

 

 

 

El color rojo

 

1

Dígame tu sangre de dónde ha sacado y vestido

esas inflamaciones y esos esmaltes de obra maestra, lucífugosa

y a la vez resplandecientes, semillas de una primavera ardiente y frágil, despliegues de la vida, de la cual es emblema este aparecimiento.

¿De un temblor mínimo de Caravaggio, de un ahogo angustioso, escondido en la sombra? Quizá le vino

de una mordedura, un lento navajazo, una irritada inclinación frutal, una manera de rosa enlazada al crepúsculo.

 

Es lo más temible del universo, dijo Chesterton. Míralo construirse en las orillas del grito,

en los vasos del miedo, en los platos exentos

del hambre. Se mete en los azules y en los verdes y en los dibujos representa un estallido

perfeccionado con puntas amarillas, ominosas y extensas.

 

Un toro lo ve y resopla. Un niño se acerca con paso de zombie hasta casi tocarlo, un hombre lo discierne en la noche de su sueño espeluznante

y la muchacha lo saca con dedos amorosos de una mancha ultravio- leta. El arte militar lo busca con denuedo y con un heroísmo

de minero homicida: siempre lo encuentra y luego lo contempla con una mirada embotada por la obstinación de una ceguera desdeñosa.

 

La madrugada llega y lo trae en los pliegues: primero es un dedo intruso, homérico, sigiloso; luego una palma en el instante de abrir- se; más tarde es una boca llena, una madriguera fascinante para las fieras del bosque.

La mano roza sus ángulos y su fisonomía de deidad carnívora.

 

Pasan las horas. Siglos transcurren como hormigas en las venas de la especie. Las carátulas de los relojes

se exaltan con los desbordantes fantasmas del color rojo, imagen del tiempo.

2

Estaba el verde, el color verde con toda su inocencia, incrustado en la fisiología. Su fragancia visual,

su empuñadura poliédrica

venida —como a través de un meteoro mensajero— de las venas ardientes de Muzo,

fue cambiando: la hoja primaveral

se desprendió, comenzó un vuelo vertical, descendente, y en medio del aire se exaltó y un alfilerazo de rubor

la hizo girar y le dio una cara de estrella, de fresa sublime entre la blancura y las transparencias del briselo.

 

Buscó el verde su identidad y la había extraviado y en ese momento un sol se le encendió en los nudos internos

de clorofila intensamente apacible

y otra intensidad se caló en un arroyo de follajes diminutivos y apareció, entonces, entonces,

el rojo, río y ámbito de tu cuerpo: tu “medio interno”, frase del doctor Claude Bernard.

 

Una historia semejante a ésta puede contar el meteorólogo lector de Rubén Darío

sobre el color azul y el origen de tu sangre.

 

El centro del mundo

 

Hemos enterrado tu corazón hermoso en el centro del patio. Lo sacamos de tu pecho quebrado sin emitir sonido. Tu corazón intac- to, de ave, diminuto, o de venado joven, aún hinchado de fluidos de vida. Tuvimos que separarlo de tus huesos, de tu piel tan herida, tan hilada de sangre. Era necesario rescatar algo puro y retornarlo con amor a la tierra. Eso dijo tu tía, lo soñó. En esos sueños fríos llenos de animales, los sueños sagrados que ella tiene y que anuncian bellezas de la muerte y la vida de los seres, y de los lazos tenues que los unen.

 

Tu corazón sonoro, tu corazón de tul, de almendra, de algodón, de lavanda debajo de la almohada. Corazón de terciopelo, de lana sin cardar, de juncos tiernos. Un fruto suave dentro de su vaina, un copo, un botón de ciruelo en el cuenco de mi mano. Todo lo blando y delicado, todo lo que podría acunarse en la memoria a los nueve años. Tu corazón.

 

Tu tía lo instaló con cuidado en una jaula de cobre, la más pequeña del mundo, la más habitada, con sus ángeles cuidadores, sus ramas ondulantes, y un pestillo con centro de rubí, para que no le haga falta nada a tu hermoso corazón, ni refugio, ni sombra, ni una luz transparente que lo guíe.

 

Abrimos un hoyito en la tierra y allí lo pusimos a vivir, cubierto de plantas, le hicimos un bosque en miniatura. Un núcleo, el centro de las cosas, tu bello corazón enterrado. Todas las almas de niñas pasarán por aquí en su despedida. Todas las mañanas del mundo nacerán desde hoy en este jardín iluminado por tu muerte.

 

Psicobilly, el desvuelo, i

 

3 de mayo, no salí de Múnich, ni llegué

a Viena a la mañana siguiente con voz entrecortada ni temprano, ni tarde, ni nunca

ahí donde había flores, aún hay flores, Apolo maldición, sortilegio, ronda, muerte, espantajo

nadie ataja la ternura del alba en un avión al Bucureşti de las cosas sin guardianes, las cosas sin fuego

de los hilos volantes, del soundtrack infinito del mundo sin agua, desnudo, infértil

 

¿qué es del mundo sin agua, desnudo, infértil?

 

caballos abajo chillantes, trepadores, flexibles

mi imagen sangrante, jamás la batalla mía, jamás

el lipstick, la ventanilla, lo desconocido, intermitente

la fatalidad que no ovaciona, la fatalidad que no comulga en la figura de las víctimas uno encuentra

huellas fulgurantes, oscuras, espacios ceñidos puentes espléndidos, brazos despojados, ritmo

 

Europa mueve el universo interior del yermo dentro y ahí está mi sangre, ahí flores negras muertas, ahí yo doppelgänger de un mundo radioactivo

 

 

Lección de astronomía

 

 

Pierdo el camino de las constelaciones:

Cruz del Sur, Escorpio, Casiopea… y reaprendo el dibujo del cielo acostumbrándome a su luz intacta,

cada día vivido como un nuevo hallazgo.

 

Esta voz quebrada que aún espera reconciliarse con el mundo

encaja cada golpe sumida en el silencio, como un boxeador que se sabe derrotado y resiste jadeante los embates

por un falso sentido de dignidad.

 

Así yo piso esta arena y me enfrento al mar, como un náufrago feliz de su destino mientras dejo que las dunas,

breves flores fecundadas por el viento, me ahoguen lentamente

 

y rezo con los párpados muy cerrados para que el agua arrastre en su marea

las algas que se me anudan a la garganta.

 

A menudo el dolor se refugia en la belleza como un fruto en la cáscara que lo protege.

 

Nuestro derecho a vivir

 

A los hombres y mujeres que luchan por un mundo libre El rancio poder feroz

que impone sus decisiones no quiere otras opiniones y encarcela nuestra voz.

De ese encierro tan atroz sólo es posible escapar perdiendo el miedo a volar en pos de buenaventura. Frente a cualquier atadura

¡VIVA EL DERECHO A SOÑAR!.

Si es la vida una aventura hay que vivir con pasión y evitar que el corazón

se nos llene de amargura. El buen humor, la ternura, la cosquillas de intuir

que es posible disentir frente al poder arrogante me hace cantar exultante:

¡VIVA EL DERECHO A REÍR!.

Al pueblo que es ignorante

se le engaña fácilmente; miremos críticamente la realidad palpitante. Lo aparente enajenante es velo que hay que rasgar;

no dejemos de pugnar por no ser más de lo mismo

y frente al oscurantismo:

¡VIVA EL DERECHO A PENSAR!.

Merecemos día con día salud, amor, dignidad,

¡basta ya de impunidad!, ruin crimen e hipocresía. Démosle con alegría corazón al porvenir;

Es hora de resistir

y librar grandes batallas. Defendamos con agallas NUESTRO DERECHO A VIVIR.

 

 

 

 

 

 

(Fragmento de un poema sin título)

 

saboreo los rayos del amante sol

que abre las ventanas e ilumina el cuarto acaricia mi pelo,

desciende a mi boca,

se desliza y besa mi cuello anhelante

y en ese mismo instante calienta mi pecho, baja sutilmente, devela mi ombligo

y en ese postigo logra vincular con Big Bang y origen

mi sexo lunar.

 

Puedo dibujarlo

 

 

La arena entre los dedos señala el aire de tumulto que la saliva pesada del polvo convierte en palabras

aún el mar hiede al basural que los pelícanos arrastran en su infancia de plumas negras

y mi cuerpo huele al alcohol de la limpieza del cuerpo puedo ver mis movimientos prolongarse al cuello

diáfano del conductor el calor dopado en los ojos del trabajo del aire la carretera que los pocos árboles afirman en el rostro apurado de la gente en gruesas chompas de piel

que el carbón no mina no desea labrar

más que la música desbocada que algún oleaje a rastras ha tirado de la boca de todos

sólo anoche éramos más de treinta los que esperábamos

de la mano de un sampedro el verdadero color de los vidrios la legítima colonia del cuerpo

el idioma que nunca cesa de estallar

 

Ah viento en estas túnicas de blanco revienta el pedal bajo esta bota charolada tan sólo nieve en el cerebro y casi olvido la llave que me pueda guardar

¿qué más deseo que el polvo digo yo? el hilo ajado sinsentido que cruzo empantanada y sin remedio

la madeja apurada en los labios gruesos de este Arenal que bendigo

 

 

Jugando a las guerritas, Diana Solis