Olivia Maciel
Reseña: Grandes Lagos Vacíos de Fernando Olszanski
2 February, 2023
Ítaca, alma en vilo, lo que yo quiero realmente es esperarte
Grandes Lagos Vacíos es un libro de esplendorosos relatos que compele a la reflexión sobre la vulnerabilidad del alma y la fragilidad de las relaciones humanas. En él, Fernando Olszanski nos invita a hurgar en los recovecos de nuestra alma, nuestro sentir hacia el amor. Quizá surja un nuevo cosmos del caos de la desesperanza que constantemente nos rodea. En los veinte relatos que conforman el tercer volumen de Olszanski, las voces y las culturas de Hispanoamérica nos hablan a través de sus personajes, ya sea por la mención de frases coloquiales de sus países de origen, ya por la mención de platillos típicos, ya por su forma de vestir. La “Literatura del Desarraigo” en los Estados Unidos se vincula, en uno de sus aspectos esenciales al lenguaje en el que se escribe: el español. Los escritores proceden de países hispanoamericanos que viven aquí, como es el caso de Fernando Olszanski, originario de Argentina. Leemos estos relatos para empaparnos de su significado interno, el patrón envuelto en los motifs de las estructuras idiomáticas, el placer y el poder magnético que provocan. Es la reverberación de la imagen, el espacio, ciertas consonancias, los que persisten en llamarnos hacia un destino más allá de la representación de los hechos. Ese vuelo de palomas más allá de las palabras que conforman la oración en el hilvanado de la prosa es lo que llamamos literatura y que Fernando Olszanski nos ofrece magistralmente en este nuevo libro de relatos.
Ya la portada, que muestra un de bote de vela encallado sobre una gigantesca orilla arenosa, tras el cual brilla un cielo azul envuelto en blancas nubosidades, más el título, Grandes Lagos Vacíos, realza un contundente mensaje: Sin agua, la embarcación naufraga. Ya desde la antigüedad, Tales de Mileto había propuesto que todos los seres vivos provienen de las aguas. Si los lagos se hallan sin agua, entonces se impide el flujo de la vida. Dentro de la literatura el agua tiene muchos significados; para algunos filósofos, el alma se asemeja a un lago que puede hallarse claro o turbio. Para otros, como el francés Gastón Bachelard, las aguas representan un prototipo de destino esencial que sin cesar transforman la esencia del ser. Cerca de las aguas se comprende mejor la emanación de un universo en continuo cambio de luz, de ánimo, de inhalación y exhalación. Las aguas vienen a ser un elemento que facilita las ´transiciones´ de tipo anímico o espiritual.
Sin aguas, frente a un bote que aparece inclinado sobre sí, la imagen de la portada da la sensación a quien observa, de que se tambalea, e invita a preguntar, ¿qué ha sucedido?, ¿por qué ha naufragado la embarcación? Hay que entrar a los textos para vislumbrar otros significados, otras demarcaciones del exquisito contenido con el que Olszanski construye sus historias. Olszanski mismo, en alguna entrevista ha comentado que vamos a la orilla del lago para alcanzar una serenidad, paz, cuando algo nos preocupa. Se refiere a este fenómeno como a un arquetipo de ´memoria genética´ que mantenemos en nuestro ser desde que nos encontramos en el vientre materno. Según él, las aguas vienen a ser algo así como la placenta maternal.
Desde el primer relato, Teo en Ítaca, nos sabemos envueltos en un entorno diferente, las evocaciones en tercera persona de la voz narrativa nos colocan en una situación que fluctúa entre la extrañeza de un mundo atípico y la fragilidad de los sueños. A través de un lenguaje coloquial, deseamos saber qué va a suceder, el porqué del entorno. Es una inmediatez lograda a través de frases claves como, “se dio cuenta de ese hueco en su memoria”, o descripciones que añaden confluencias paisajísticas al sentir de los personajes y a la voz narrativa un hablar del afuera como si fuera del dentro. Otro ejemplo de estas construcciones semánticas aparece en De cuervos y Flores, “desde las paredes de esa fortaleza se desprendían filamentos de un violeta más oscuro, como miles de pequeñas flores pujando por respirar. En la cima del torreón diminutos brotes amarillos, delicados, exhaustos retoños desarmados en sus puntas en direcciones diferentes. Una flor dentro de otra flor… La idea de ´vida gestando vida´, me daba vueltas en la cabeza. Auto-gestación. Una vida dentro de otra vida. Inmortalidad. Dios explicando el camino de la creación. Darwin sarcástico a la hora de la creación”.
Asimismo, con expresiones cruciales clave que como códigos secretos develan algo o descripciones que confieren una psicología compleja a la mirada de los personajes, Olszanski logra encapsular inferencias más intricadas que las que aparentan estar ahí a primera vista. Así, en Yo te espero, donde se lee: “el brillo de la piel se te multiplica. Tus manos se vuelven pájaros. Tus ojos desparraman chispas. Y bailas”, nos damos cuenta, a través de la mirada del protagonista, del inmenso goce sensual que experimenta observando a Yandelis. Sus ojos se hallan fijos totalmente en el cuerpo de ella y es evidente su deseo erótico. Las descripciones en segunda persona de singular son poéticas: ´tus manos se vuelven pájaros´. Pero igualmente, hay giros de frase que sorprenden, como cuando el protagonista le responde a Yandelis, tomando del poema del cubano Miguel Barnet, “lo que yo quiero realmente es esperarte”, acogiéndose al dolor de la espera como si fuera ésta, una manera de mantener cercanía con Yandelis a pesar de su partida. Es evidente que el protagonista experimenta placer, pero también decepción. Su encuentro con Yandelis es agridulce, hasta podría decirse fallido. Sin embargo, el protagonista da a entender que encontrará un cierto tipo de placer en la espera, más que en la incierta vuelta de Yandelis. Olszanski delinea la psicología del protagonista con sagaz intuición. Yo te espero posee un ritmo interno que vuelve la mirada del lector hacia el inicio del texto. Se desea retornar al comienzo para encontrar algún indicio de esperanza, algún cabo que conduzca hacia una explicación sensible sobre el triste estado de una situación tan patética como humana, hacia una posible resolución evidentemente inexistente. Por eso es vuelta al comienzo. Un resarcir.
Así, expresiones elegantemente construidas, adjetivaciones originales y descripciones con sentido, van aunadas en un todo de fluir harmonioso en Grandes Lagos Vacíos. La identificación de los lectores con personajes de media clase viviendo a la orilla del lago Michigan u otros grandes lagos, suele ser intensa. Va desde aquella en que un hombre ya mayor centroamericano sufre el deterioro de la memoria (Teo en Ítaca), hasta otra en que las emociones de los personajes demuestran la ruptura del vínculo matrimonial (Nunca vi el cielo así). El final de los textos, con frecuencia ambiguo, a veces permite un vislumbre de catarsis. La voz narrativa se mueve inquieta, busca trascender el cautiverio de entornos vacuos. Es como si deseara hallar la fórmula para que aquellos personajes atrapados en la cotidianidad de sus vidas rutinarias, profundizaran sobre la naturaleza de los lazos de amor o amistad que unen, o cuando desgastados separan, para revelarles un camino de liberación.
Con fruición, la voz narrativa expresa desengaño, desazón o desconcierto. Hay un tono de resignación fehaciente y contrahecha en Nunca vi el cielo así: “sé que desde hace mucho tiempo nuestra relación está desgastada, carcomida por el desgaste y la fricción. Lo único que nos sostiene juntos es nuestra hija”. Y ese sentido de cautiverio, frecuentemente ligado a un reconocimiento de la pérdida del vínculo afectivo en la pareja, de un deseo de perpetuar la relación por inercia, de frustración en el camino hacia el hallazgo de la ´felicidad´, cualquiera que sea su definición, se traduce en un absurdo claudicar ante las circunstancias. Preferible continuar en un limbo de cuatro paredes que tomar decisiones y hacer frente a las circunstancias. Más adelante, en Nunca vi el cielo así, en el momento en el que protagonista está a punto de ahogarse, y en el que su pareja también está a punto de hacerlo, se lee: “Y sé, al fin, en ese preciso momento en que todo el universo se oscurece, que ese rostro lleno de angustia se esculpe en el rostro de la muerte, que ese rostro diluido por el verde permanente del agua es el mejor rostro que puedo llevarme”. La secuencia de la narración construye en el lector una sensación de ahogo, de claustrofobia, y quizá ese sea el deseo del autor, hacer que miremos dentro, muy dentro, para plantearnos preguntas, deliberaciones, alternativas.
La temática de esta colección es rica y variada. En La Luger de Anastasio Somoza la trama ahonda sobre las obsesiones de un ex-oficial de la Guardia Nacional nicaragüense. Albino Lagos vive en el estado de Virginia, obsesionado por el pasado de Sibila en Managua. En nombre de la libertad, explora el significado del “sueño americano”, a través de las relaciones familiares de un joven recluta del army. Los relatos exploran situaciones en las que los protagonistas alcanzan un momento de crisis, en los que se encuentran desenlaces inesperados luego de luchas internas, de diálogos en los que los silencios también hablan. Los textos exploran la extensa gama de los enamoramientos en evolución. Los hay sensuales, rencorosos, alegres o truncos. En ellos el alma, como si fuera ese lago del que hablaban los filósofos griegos, o ese ente de transición que impregna de mística a la condición humana, se queda en vilo. A los lectores nos queda la posibilidad de interactuar con los relatos, sopesar, evaluar el espacio alrededor de esa alma, su hacer. Es imposible leer estos textos y pasar de largo con indiferencia, sin algún tipo de reacción. El amor, el alma, como grandes lagos en dimensiones analógicas a la naturaleza, se perciben amenazados, vulnerables a quedarse vacíos.
Según el filósofo Spinoza, las emociones mueven a los seres humanos a emprender, desde proyectos personales, hasta la construcción de sociedades futuras. Sin embargo, según los antiguos filósofos griegos, es en medio de un gran vacío desde donde surge el cosmos tal como lo entendemos. En Grandes Lagos Vacíos el lenguaje trasciende la imaginación, alcanza sublimes matices de expresión. Logra esa unión entre el leve dolor inherente en la imperfección del lenguaje para decir, y el placer de su implementación en la escritura. Son hermosos textos que fascinan y cuestionan aspectos esenciales del ser, razón de vivir.
Octubre 28, Chicago, IL
Olivia Maciel es autora de los poemarios Sombra en plata (2005), Filigrana encendida (2002), Luna de cal (2000), Más salado que dulce (1995) y de Espejos en un café (2022), su primer libro de relatos. Es autora de la monografía Surrealismo en la poesía de Xavier Villarrutia, Octavio Paz y Luis Cernuda. México 1926-1963 (2008), y editora del volumen Vanguardia en Latinoamérica (2008). Recibió el Primer Premio en Poesía, Northeastern Illinois University (2014), el Premio Casa del Poeta, Nueva York (1996) y el Premio José Martí por ensayo, Universidad de Houston (1993). Maciel se doctoró en Lenguas Romances por la Universidad de Chicago. Olivia nació en la Ciudad de México y reside en Chicago.