
Mario Raúl Guzmán
Una vuelta en turibús por la Izquierda. Reseña de: “Las dos izquierdas. Lo que nunca se contó sobre la izquierda mexicana”
8 April, 2025
Dos autores veteranos en el análisis político han echado mano de su conocimiento de mil y una historias de la izquierda mexicana para entregar a los lectores un libro en el que numerosas vertientes de esa fuerza política son metidas a saco en un esquema interpretativo que las reduce a dos: la del nacionalismo revolucionario y la independiente. Ésta rechazó la Revolución Mexicana —no el acontecimiento histórico sino el discurso ideológico legitimador del sistema autoritario priista—; aquélla reivindica lo menos antidemocrático del régimen posrevolucionario y esgrime planteamientos provenientes del relato popular de la época cardenista.
Joel Ortega y Jorge G. Castañeda viajan presurosos por la historia de la izquierda y en el trayecto se afanan por uncir a su furgoneta un enfoque dicotómico cuya utilidad (eficacia y pertinencia) no es invariable, de modo que en más de una ocasión se precipitan en simplificaciones y opiniones vertidas sin detenerse a mirar con el cuidado que exige la singularidad de los detalles una vez dilucidada la complejidad de los conflictos. Sin mirar y sin oír múltiples testimonios cuyo eco resuena en el presente. Sin ponderar el quehacer intelectual y las elaboraciones teóricas (precarias y brillantes) que son acumulación crítica del tiempo histórico de la izquierda.
La carga de las omisiones pesa muchísimo a la hora en que en este libro se ofrecen interpretaciones y agobia en los momentos en que ahí se formulan juicios sobre la actuación de personajes y grupúsculos que pueblan escenarios tachonados de siglas y acrónimos ya oxidados. Además, son tan sucintas sus reconstrucciones de hechos y son a tal grado someras sus consideraciones, que los autores incurren con frecuencia en liviandad, inexactitud o yerro. La jactancia del subtítulo, promesa incumplida, queda en mero sensacionalismo. Plagado el volumen de fotografías (muchos rostros ajenos o contrarios a la izquierda), aquí también las omisiones son imperdonables. Superficial en su envoltura, en muchos de sus pasajes está redactado sobre las rodillas, y no es tan certero como pretende en su sindéresis. Parece, ya avanzada la lectura, un recorrido en turibús por una historia con dramática estación final: la fagocitosis de la izquierda socialista perpetrada por la izquierda escindida del PRI no del sistema. Exmaoístas, excomunistas y exguevaristas devorados hasta la ignominia de aplaudir lo inaplaudible. Luchadores si bien ayer de pie, hoy envilecidos. Los advenedizos de la claque lombardista prefiguran a los farsantes del obradorismo. No obstante las décadas transcurridas, a unos y otros los emparenta la malversación de los principios que precede al oportunismo.
Decimos «la izquierda de la Revolución Mexicana» sólo cuando señalamos a la izquierda que dio la espalda a Cárdenas al convalidar la regresión de Ávila Camacho y capitular ante Miguel Alemán (si por un instante se nos permite personalizar la contrarrevolución en términos de lo que representan los dos presidentes posteriores al estadista del 18 de marzo). En otro plano: al aludir a Narciso Bassols es preciso diferenciarlo por ética política de Vicente Lombardo Toledano. Lo subsiguiente ya es otra historia, no la de la Revolución Mexicana sino la del régimen priista que construye y pinta su máscara —hasta el gobierno de López Portillo— con el mito revolucionario como discurso ideológico encubridor de su dominio atroz. (Con De la Madrid y Salinas de Gortari el régimen prescinde de su envoltura “revolucionaria”, un lastre para su embestida ultraliberal; con Zedillo inaugura la primera presidencia de las Variables Macroeconómicas.) En las páginas 143-44 de Las dos izquierdas los autores arriban en su rauda furgoneta a esta conclusión desoladora: en términos políticos e ideológicos la izquierda independiente ya “desapareció del espectro político nacional”. ¡Hélas! Conclusión mitigada de inmediato por una acotación según la cual no desapareció del todo: “más bien se refugió en pequeños núcleos no partidistas de la sociedad civil…” Menudo consuelo.
La Revolución Mexicana como ideología de Estado, el nacionalismo revolucionario del ala izquierdizante del PRI, el estatismo autoritario y la cauda de falacias y fruslerías seudonacionalistas de que se nutrió —tras la ruptura de la Corriente Democrática priista— la palabrería nostalgiosa de los promotores del neocardenismo de Cuauhtémoc, primero, y la alharaca demagógica antineoliberal de los obradoristas después, vienen de lejos: de los viejos tiempos de Lombardo.
Los autores de Las dos izquierdas no rastrean las tesis que subyacen en el fondo lodoso del corpus nacionalista-revolucionario —implícito, casi imperceptible en el credo mendaz de la «cuarta transformación». En especial esta tesis, usada una y otra vez como coartada justificativa de subordinación abyecta en tiempos de López Mateos y de Echeverría: Hay en México una burguesía nacionalista opuesta a la burguesía proimperialista. Para cumplir con las tareas democrático-burguesas de la Revolución es necesaria una alianza de todas las fuerzas de izquierda con el sector nacionalista de la burguesía, para así derrotar al sector burgués reaccionario y servil ante el imperio estadunidense. Sin esta alianza será imposible pasar en un futuro a la realización de las tareas socialistas de la Revolución. He ahí, desprovista de ornamentos la reiterada idea-escudo de los colaboracionistas de toda laya (frente popular, unidad nacional, frente amplio antimperialista, pacto obrero-patronal, unidad a toda costa, apertura democrática, pacto por México —firmado por Pablo Gómez, uno de los últimos en brincar del maltrecho barco perredista al promiscuo cayuco tabasqueño, etcétera).
En 1962 José Revueltas examinó con acuciosidad las tesis de Lombardo Toledano, refutó sus premisas y exhibió el daño que acarreaban con maña lisonjera sus maniobras políticas. En aquel tiempo nadie (salvo quizás Bassols) exhibió con brillantez semejante el arribismo y la doblez de aquel petulante que prosperó for a long time con el marbete de «insigne marxista». Juzguen los lectores las páginas alusivas al tema en el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, libro del legendario escritor desdeñado de un plumazo por Castañeda y Ortega. ¿Que no lo menosprecian? Aquí está su aguijón deletéreo: “Según José Revueltas, elocuente, estridente y pasional en sus juicios, Martínez Verdugo y su grupo constituían una pandilla de lúmpenes o desechos sociales que mediante delegados inventados y otros fraudes se adueñaron del XIII del partido. Plasmó sus denuncias en un texto que alcanzaría fama más por su título que por su contenido: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza” (p. 77). Primero rebajan el libro a la subcondición de «texto»; después afirman que él como persona era elocuente y estridente, sin percatarse de que no podía ser las dos cosas. Le niegan categoría de pensador político, omitiendo que en vibrantes páginas de su libro Revueltas reflexiona por ejemplo sobre la teoría de la enajenación en la obra de Marx, y a su reflexión la precede una larga indagación sobre los factores que a su juicio mantienen enajenada a la clase obrera mexicana por ideologías que él juzga ajenas a la naturaleza y el devenir de esta clase concebida como sujeto de la historia.
En la majadería de Castañeda y Ortega, el denodado autor de novelas extraordinariamente importantes sólo “plasmó sus denuncias” en el sótano del «texto». Perdonen ustedes, pero en el libro hay algo más que “denuncias”, e incluso mucho más que su tesis sobre la inexistencia histórica del partido comunista como conciencia organizada de la clase obrera. Revueltas trabajó con rigor y repasó con pasión la historia de México, a la caza de la liebre leninista que la zorra marxista requería en la formulación teleológica. No obstante, Castañeda y Ortega desprecian el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza al apuntar con sorna que vale más el título que el contenido. ¿Un «texto» que “alcanzaría más fama por su título que por su contenido”? ¿Decir eso del libro de un escritor para quien, por lo demás, “la fama” fue siempre asunto ajeno a sus preocupaciones? (Qué mezquindad, sobre todo proviniendo de una pluma bicéfala cuya sintaxis da grima. Va, es ejemplo, un párrafo con falta de concordancia: “Meses antes, el asesinato del comunista cubano Julio Antonio Mella, compañero de la artista Tina Modotti, y durante un tiempo secretario general interino del PCM, desataron protestas y manifestaciones masivas, violentas y reprimidas” (p. 37; cursivas mías).
A Jorge Carrión, otro gran personaje de la izquierda durante al menos tres décadas, no lo menosprecian: olímpicamente lo ignoran. Cofundador del PP y del MLN, es memorable su presencia en la revista Política de Marcué Pardiñas. En 1972 publicó La burguesía nacionalista encadenada, un ensayo en el que se ocupa de rastrear los impedimentos históricos y contemporáneos para el desarrollo de una burguesía nacionalista. En el basamento del capitalismo como sistema mundial Carrión advierte la interrelación dialéctica entre desarrollo y subdesarrollo, que da impulso industrial y financiero a un puñado de países y constriñe a todos los demás hasta verlos sometidos luego de la segunda guerra mundial a la hegemonía estadunidense. En México el nacionalismo de las décadas anteriores deviene entonces difuso paternalismo y las ilusiones de desarrollo independiente son calamitosas. Lombardo Toledano es, al decir de Carrión, el representante “más obvio” de esta suerte de ilusionismo pernicioso. “Terminado el gobierno cardenista, entregado el aparato gubernamental a la reacción avilacamachista, lo cual se reflejaba en cambios verbales de ideología y parejo aumento de la fraseología nacionalista (…), desaparece de hecho cualquier rastro, así sea demagógico, de burguesía nacionalista”. La incompetencia, la ineptitud y la ineficacia, prendas distintivas de la burguesía mexicana en aquella época, según Carrión, contribuyeron a “la profundización de la dependencia económica y política, pero también social y cultural, exhibida con toda su descarnada rudeza durante el periodo alemanista”.
El ensayo de Carrión forma parte de un volumen (La burguesía, la oligarquía y el Estado) integrado además por un estudio de Alonso Aguilar sobre la oligarquía. De este otro personaje de la izquierda Castañeda y Ortega dan cuenta en dos renglones de la página 79 de su libro. ¡Dos renglones, en los que se lo despachan como “intelectual ligado a Fidel Castro hasta su muerte en 2012”! ¿Por qué no mejor decir “intelectual ligado a Narciso Bassols hasta la muerte en 1959 de este que fue personaje enjundioso del ala izquierda del cardenismo”? ¿Por qué no mejor decir “miembro del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM hasta su muerte en 2012”? También hay que decirlo: Junto con el notable economista Fernando Carmona, Aguilar y Carrión terminaron sus vidas como dirigentes de una delirante secta prosoviética agrupada en torno a la revista Estrategia. Pero ignorarlos en un libro sobre la izquierda, abundante de sectas y grupúsculos, ¡qué poca!
Al menos un extenso artículo, porque atañe al tema de las relaciones (tensas, inestables) entre el nacionalismo revolucionario y la izquierda independiente, debieron haber citado Castañeda y Ortega: “El nacionalismo mexicano, un proyecto de dependencia para México”, publicado en 1972 por Arnaldo Córdova, otro personaje importante de la izquierda intelectual, en la revista Punto Crítico. Para ambos autores, sin embargo, Córdova sencillamente no existe.
¿A qué seguir señalando omisiones? Pensadores como Carlos Pereyra ¿no contribuyeron al debate planteado en el esquema dicotómico de Ortega y Castañeda? Apreciables reflexiones teóricas y artículos suyos sobre el régimen político, el partido de Estado y la oposición de izquierda están reunidos en el volumen Sobre la democracia (1990). Mas para el dúo indinámico de Las dos izquierdas Pereyra no existe. Tampoco las enriquecedoras reflexiones de Adolfo Gilly, a quien pretenden empequeñecer en dos brevísimas menciones, y sanseacabó. En la página 85 apuntan que “En 1962 en La Ceiba, población de la Sierra Norte de Puebla, fueron detenidos tres ciudadanos argentinos y militantes del Partido Obrero Revolucionario Trotskista, entre ellos Adolfo Gilly, escritor e historiador naturalizado mexicano [en 1982], quienes venían huyendo de Guatemala”. En la página 139, al nombrar a los fundadores del PRD se refieren a Gilly como “militante histórico trotskista”. No hay más.
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No hay más, salvo imprecisiones y yerros. Señalaré algunos, antes de bajar las cortinas de esta ya larga reseña.
UNO.- En la página 69 se refieren a un crimen de Estado: el asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo y su familia en el estado de Morelos. Lo hacen de una forma más que ambigua, execrable: “Rubén Jaramillo fue asesinado en 1962, probablemente por fuerzas vinculadas al Estado”. Rechazo tamaña negligencia. ¡Querer lavarle las manos a López Mateos jefe supremo de las Fuerzas Armadas! Cito con largueza y en justicia a la historiadora Tanalís Padilla:
“Hace 45 años, el 23 de mayo, elementos del Ejército rodearon la casa de Rubén Jaramillo en Tlaquiltenango, Morelos. Secuestraron al líder agrario, a su mujer Epifania Zúñiga y a sus tres hijos Enrique, Filemón y Ricardo. Unas horas más tarde sus cuerpos fueron hallados en Xochicalco. Mientras que la represión en el campo no era nada nuevo, este operativo, llevado a cabo en pleno día, contra una familia entera, para acribillar a un líder campesino que tres años antes había sido amnistiado, causó un fuerte impacto. Tanto así, que la historia de su muerte ha sido más recordada que el movimiento que encabezó; una lucha que duró casi dos décadas y media y representa un vínculo esencial entra la lucha agraria de la Revolución y las movilizaciones campesinas que marcaron el siglo XX.
“Su origen en la tierra de Zapata, su trayectoria que incluyó la defensa de ejidatarios y pequeños productores, movilizaciones electorales, lucha guerrillera y tomas de tierra, hacen del jaramillismo y de su líder un ejemplo de las diversas modalidades de resistencia campesina. Veterano zapatista, pastor metodista, partidario de Lázaro Cárdenas, dos veces candidato a gobernador de Morelos, miembro del Partido Comunista y guerrillero, la figura de Jaramillo es difícil de clasificar. Sin embargo, aparece una constante: la habilidad de Jaramillo para dar expresión a la dignidad campesina por medio de distintas corrientes ideológicas. Como tal, el líder agrario encarnó la diversidad de procesos sociales que vive el campo.
“Al llegar al poder en 1958, Adolfo López Mateos ofrece otra amnistía a Jaramillo quien decide aprovechar el retorno a la vía legal para ampliar su lucha. Al frente de 6 mil campesinos, presenta una solicitud para colonizar los llanos de Michapa y Guarín. Su proyecto combinaba demandas típicamente agrarias con planes de construir cooperativas para comercializar los productos que allí se cultivarán. Aunque los jaramillistas reciben inicialmente la aprobación, el Departamento Agrario pronto da marcha atrás, favoreciendo en su lugar un proyecto empresarial. Ya empezadas las obras de los jaramillistas, el Ejército los despoja, reproduciendo así una conocida dinámica: el gobierno insiste que los jaramillistas se apeguen al proceso legal mientras responde con el uso de fuerza ilegal.
“Jaramillo considera volver a la clandestinidad, esta vez no sólo como medida de autodefensa, sino para asentar las bases de un levantamiento popular. Es en este momento, en 1962, que Jaramillo y su familia son asesinados, una temprana manifestación de la guerra sucia que en los años 70 atentaría contra aldeas enteras en Guerrero. Si bien su asesinato se convertiría en un símbolo de la suerte que corren los grupos que bajan la guardia y confían en la palabra del gobierno, Jaramillo deja también como legado una fértil tradición de lucha” (TP, “Rubén Jaramillo: el muerto incómodo”, La Jornada, 19 de mayo de 2007).
DOS.- En la página 74 dicen que “(…) las guerrillas nunca prendieron en México por varios motivos: la postura procubana de los gobiernos priistas entre los primeros, el carácter no rabiosamente represor del régimen mexicano entre los segundos”. Pero en la página 83 recuerdan la represión a lo bestia: “El PCM se hallaba en el peor de los mundos posibles. Fue hostilizado por los gobiernos priistas y vio cómo el ejército reprimía a los ferrocarrileros, encarcelaba o asesinaba a sus dirigentes y acosaba a sus militantes”. Y desde entonces hasta llegar a la falacia obradorista del ejército como «pueblo uniformado», en una tergiversación destemplada marca AMLO de la actuación histórica de las fuerzas armadas: “Esa narrativa semioficial al mismo tiempo exime de toda responsabilidad a las fuerzas armadas, en la salvaje represión de la llamada guerra sucia, debido a los acuerdos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador con el ejército” (pp. 87-88).
TRES.- En la página 75 hay una relación confusa, equívoca entre la palabra “adueñarse” y la palabra “relevo”. Refiriéndose al episodio en que el Partido Comunista “pasó a ser dirigido” por Arnoldo Martínez Verdugo, escriben que éste: “Aprovechó que el secretario general del PCM, el carpintero Dioniso Encina, se encontraba preso, para adueñarse de la dirección del PCM, en su XIII Congreso, realizado en mayo de 1960. El relevo se produjo en la estela de ‘destalinización’ iniciada en 1956 por Khrushchev en la URSS, y de la Revolución cubana”. Aprovecharse de una ausencia para adueñarse de algo es cometer un robo. Quien se aprovecha es un ladrón. Se adueña ilegalmente de algo. ¿Cómo hablar enseguida de un relevo, que es un acto acordado entre dos: quien se va y quien llega?
CUATRO.- En la página 76 apuntan: “(…) el singular intelectual Guillermo Rousset, principal traductor al español de Ezra Pound”. No. Rousset tradujo Personae de Pound. Una traducción prestigiada. Pero el libro más importante de Pound no es Personae sino Cantares, cuyo traductor al español no es Rousset Banda sino José Vázquez Amaral.
CINCO.- En la página 78 dejan sin sustento una afirmación: “Sin registro oficial, el PCM creó el Frente Electoral del Pueblo en 1964. En 1961, sin embargo, se vio amenazado a su derecha por el nacimiento, con su participación, del Movimiento de Liberación Nacional (MLN)”. ¿En qué consistió tal amenaza? No lo dicen. Peor: no explican por qué el PCM participó en algo que entrañaba una amenaza en su contra.
SEIS.- En la página 100 expresan inequívocamente la confusión conceptual que sobrevuela todo el libro: “El 68 mexicano fue la ruptura masiva de cientos de miles de estudiantes con el viejo régimen de la Revolución Mexicana”. No, lo que repudiaron (o con lo que rompieron) fue con el régimen priista. El régimen de la Revolución Mexicana había muerto en el sexenio de Miguel Alemán, quien lo recibió herido de gravedad del gobierno de Ávila Camacho. Cualitativamente el régimen político mexicano ya es otra cosa a partir del alemanismo. Desde entonces la máscara y el disfraz revolucionario son obvios.
SIETE.- En la página 106 emplean el verbo acudir de una manera muy ladina. Resulta que dos priistas nefastos, Corona del Rosal y Martínez Domínguez, en su momento líderes del PRI, recibieron la instrucción o contaron con la aquiescencia del presidente Echeverría para conformar el grupo paramilitar los Halcones, que habría de entrar en acción en la matanza de estudiantes en el Casco de Santo Tomás el 10 de junio de 1971. Esto escriben Ortega y Castañeda: “Echeverría tuvo que acudir al grupo paramilitar de los Halcones, consciente del desprestigio del ejército después de Tlatelolco” (p. 106). ¿Acudir? Acudes a algo exterior a ti.
OCHO.- En las páginas 113-14 aluden con brevedad escalofriante y superficialidad inadmisible a un episodio trágico concerniente al embrión o grupo antecesor del EZLN: las Fuerzas de Liberación Nacional. Escriben más que escuetamente: “Las FLN sufrieron el ya citado golpe devastador en Nepantla, cuando fueron detenidos varios de sus integrantes. Algunos murieron en la casa de seguridad localizada por las fuerzas del orden. Una de las muertas fue la joven Dení Prieto…”. Precisemos. El 14 de febrero de 1974 las “fuerzas del orden” llegan a la calle Jacarandas en Nepantla a las 10:30 p.m. Nueve oficiales, 38 soldados del Primer Batallón de la Policía Militar y siete agentes de la Policía Judicial Federal. A las 23:00 estalla una bengala en el cielo, señal de inicio del operativo contra la casa de seguridad. El parte militar informa que la tropa disparó 618 cartuchos M-2, ocho proyectiles de gas lacrimógeno, y tres granadas de triple acción. Ninguna baja en sus filas. Ninguna, porque prácticamente ningún arma fue disparada por los jóvenes que ahí aspiraban a convertirse en guerrilleros.
¿Fue una batalla con las “fuerzas del orden” o los jóvenes fueron asesinados? Eso inquiere en Flor en otomí (2012) la hermana de Dení Prieto Stock, la joven de 19 años quien murió acribillada de nueve balazos, “lo cual no puede sino calificarse de una atroz masacre perpetrada por el gobierno de Echeverría. No hay otra forma de definir lo que sucedió en Nepantla, fue un asesinato a mansalva”. Eso dice Juan Pablo de Pina García, amigo cercano de Dení y condiscípulo suyo en el Colegio Madrid.
La hermana de Dení denuncia: “No nos dieron el cuerpo, no hubo ninguna manera de confirmar que estaba muerta, de manera contundente, el cuerpo, una foto, nada, pues a los padres de una niña les queda siempre la idea de que es posible que no esté muerta”.
El 16 de febrero el ejército atacó un rancho cercano a Ocosingo, Chiapas. Todos los militantes de una célula de las FLN fueron asesinados o desaparecidos. La historia (que Ortega y Castañeda no supieron sintetizar) la sabemos gracias a Flor en otomí, el estupendo documental de Luisa Riley.
NUEVE.- En las páginas 121, 122 y 125 abordan con alguna prolijidad el tema del sector obrero oficial y los “múltiples intentos de todas las izquierdas independientes” por “atravesar el muro de contención de los aparatos sindicales”, sin conseguirlo. ¿El charrismo de los años cuarenta llegó casi incólume a los sesenta y setenta? Según el Dúo Indinámico, fueron infructuosos los esfuerzos de varias generaciones de militantes de izquierda por abatir el control priista sobre los sindicatos nacionales de industria y de trabajadores al servicio del Estado, de modo que toda la izquierda “siguió sin poder abrir la muralla de control del sindicalismo obrero oficial”. Es cierto, pero olvidan una “pequeña” pieza del mecanismo fascistoide de control corporativo priista: la cláusula de exclusión sindical. Rafael Galván no olvidaría ese “pequeño” dispositivo, activado cada que las golpizas, los amagos de pistoleros a sueldo y la represión policial y paraoficial eran insuficientes.
DIEZ.- En la página 141 se habla superficialmente de la relación del salinismo con el panismo. Salinas pactó con la dirigencia de Acción Nacional para empezar verdaderamente a gobernar. Ahí nació el régimen del PRI-AN. Salinas incorporó a su programa de gobierno algunas de las añejas demandas de los panistas. Les dio la gubernatura de Baja California. Y empezó a ganar terreno gracias entre otros factores a los errores del PRD y gracias a cientos de militantes perredistas cuyos féretros fueron apilándose en la historia de las relaciones de la izquierda con el régimen. Escriben en la misma página 141: “En las elecciones de medio periodo de 1991 el PRI barrió a la izquierda, y durante todo el sexenio [de Salinas de Gortari] fue el PAN el interlocutor del gobierno con la oposición”. ¿Acción Nacional Interlocutor del salinismo en el poder? Algo más. Mucho más que una mera “interlocución”. ¡Por favor!
ONCE.- La última y nos vamos. Hay que ser muy livianos de cráneo para simplificar un asunto complejo. En la página 142 dan en un parrafito una cucharada de psicología barata: “De nuevo, una actitud diferente por parte del liderazgo del PRD tal vez hubiera entrañado un cambio en la actitud de Salinas (…)”.
Jorge G. Castañeda y Joel Ortega Juárez, Las dos izquierdas. Lo que nunca se contó sobre la izquierda mexicana, Debate, México, 2024, 191 pp.
Mario Raúl Guzmán. Poeta y ensayista mexicano, autor de 19 poemas. Prologuista y antologador de Jeta de santo, que compila la obra de Mario Santiago Papasquiaro (FCE), y de Bajo el oro pequeño de los trigos, antología de Enriqueta Ochoa (Ediciones El Aduanero). Editor de la revista La zorra vuelve al gallinero. Su libro más reciente es Dos granujas contra Revueltas y otros ensayos político-literarios.