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El día que conocí a Catalina

8 November, 2024

“Ya no aguantaba más… y entonces…me vine a buscarlo”, me respondió Catalina al preguntarle cuánto tiempo llevaba “acá”, en Estados Unidos. No esperaba su respuesta, ni mucho menos su historia. Y es que para mí aquella pregunta era una de esas que necesitas hacerle a alguien con el mismo acento que tú. Catalina no sabe nada de su hermano desde hace tres años. Lo último que supo de él es que cruzó la frontera hacia Estados Unidos con uno de sus amigos y que se instalarían en algún estado del Midwest. Catalina renunció a su vida en México por encontrar rastros de la vida de su hermano en este país que ahora también es de ella. Catalina es una joven de un pequeño pueblito al norte de Chiapas. Desde niña soñó con estudiar una carrera científica y lo consiguió, pues se tituló como ingeniera petrolera y trabajó en una de las empresas estatales que más enorgullecen a la población patriótica mexicana: Pemex. 

Tras la desaparición de su hermano, Catalina buscó durante todo un año la manera de conseguir una visa de trabajo o de turista para así poder cruzar la frontera sin riesgos. Sin embargo, aquellos trámites requerían un mínimo de dos o tres años y fue ahí donde ella dijo: “me voy”. Y así, sin más, se despidió de sus padres, de sus abuelos, de su pueblo y de su país en busca de aquél hombre que tanto le hacía falta. Cruzó como la mayoría de los compatriotas que se encuentran en este país desde hace decenas de años: por el desierto y con coyotes. “Me vine de mojada”, me dijo mientras se reía y yo en ese instante no podía ni siquiera concebir cómo era que la tenía frente a mí. Tan risueña, tan sencilla… tan fuerte… tan erguida.

Y es que las vidas de Catalina y su hermano se enmarcan en un contexto de profundos problemas estructurales en ambos países del Río Bravo. Por un lado, las políticas migratorias de las últimas cuatro presidencias estadounidenses han estado guiadas por la restricción, el control y la selectividad de todas aquellas personas que más que soñar, vienen a este país a sobrevivir. Y por el otro lado, las últimas cuatro presidencias mexicanas han sido responsables en crear los márgenes más altos de pobreza extrema y de iniciar una guerra contra el narcotráfico que se convertiría en el afianzamiento de un narco-Estado. Sin embargo, es necesario enfatizar y nunca perder de vista que, entre todo ese caos mexicano, siempre, siempre, los gobernantes de este país jugaron a las cartas con su contraparte en México y los costos humanos de sus políticas son responsabilidad conjunta. 

Después de que Catalina me contó su historia, yo me contacté con una buena amiga en México que posee un amplio conocimiento sobre el trabajo de las organizaciones que acompañan a las familias de personas desaparecidas. Con mucho amor y minuciosidad me compartió la información necesaria para que yo se la pudiera enviar a Catalina. Entre todos los audios que mi amiga me mandó para explicarme el inaudito a, b, c de lo que alguien debe hacer frente a una desaparición forzada, hubo uno en el que su tono cambió: “¿Sabes… si ya hicieron su ficha de búsqueda?”. Me lo dijo triste pero al mismo tiempo indignada. Sentí como si ella también conociera a Catalina y a su hermano.

Una vez que mi amiga terminó de enviarme la información, se la compartí inmediatamente a Catalina. Me agradeció infinitamente que me hubiese tomado el tiempo para ayudarla a recabar aquellos datos. Con todo y que para mí compartirle links no significaba una acción mayor, entendí que cuando me agradecía, verdaderamente lo hacía desde el corazón. Es desolador saber que en ambos países existen retóricas similares frente a las desapariciones forzadas en sus franjas fronterizas. Tanto en México como aquí, la mayoría de sus habitantes pasan por alto que existe un gran número de vidas humanas que son arrebatadas por la policía, el ejército, los sicarios, las pandillas o los coyotes. Muchas veces, como en el caso del hermano de Catalina, ni siquiera se puede contar con un dato que sirva como luz dentro de la inmensa oscuridad que conlleva exigir la búsqueda de un nombre.

Catalina hoy vive con su novio. Un joven mexicoamericano que conoció en uno de sus trabajos. Antes de conocerlo, ella vivía sola, pues así llegó. Cada sábado le marca por videollamada a sus papás. No ha dejado de cultivar la tierra y en la yarda de su nueva casa planta pepino, chayote, cebolla y chile. Incluso se compró unos pollitos que ahora son gallinas. Y es curioso, ¿no?, que entre los edificios de esta ciudad y los particulares modos de la vida norteamericana, Catalina decida levantarse todos los días y sonreír, y pensar, y cuidar, y trabajar y amar. Amar mucho. Amarse a ella. Y amar a su hermano. Siempre a su hermano…

 


Katalyn Solís es historiadora por la Universidad Nacional Autónoma de México. Nació en Actopan, Hidalgo y vivió durante muchos años en la Ciudad de México. Actualmente radica en Chicago, Illinois. Sus líneas de investigación son la historia de las mujeres en el siglo XX y el cine contemporáneo. Su película favorita es “Taxi Driver” y cree que “otro mundo es posible”.