Mario Raúl Guzmán
Hacia la casa de la justicia con Cristina Rivera Garza
9 May, 2024
Liliana Rivera Garza, estudiante de arquitectura en la UAM-Azcapotzalco, fue asesinada ayer por su expareja, quien se hurtó de la acción de la justicia; hoy, Cristina Rivera Garza expone los hechos que desembocaron en la muerte de su hermana, de modo que en el testimonio consta y en la denuncia late y se agita el resultado de su perseverancia. Digo ayer y hoy por poner en relieve no la ininterrumpida perpetración de actos nefandos hasta el crimen, sino la persistente impunidad que nos vulnera como sociedad, agravia como ciudadanos y lacera como individuos.
Con El invencible verano de Liliana (Literatura Random House, México, 2021, 302 pp.), Cristina Rivera Garza contribuye enormemente al conocimiento de una realidad que azota a México como un flagelo ignominioso: las mujeres son agredidas, violentadas y muertas a manos de novios, amantes, maridos, concubinos, vecinos y toda clase de ex que no son aprehendidos ni purgan condena. (Los delitos de la llamada delincuencia organizada, la estadística atroz de la economía criminal, esa es pesadilla de otro costal ensangrentado). Miles de vidas cegadas, en un contexto marcado por esa mezcla funesta de ineptitud y negligencia de gobernantes supuestamente responsables de abatir el crimen e impartir justicia.
Rivera Garza nos entrega, en un libro entreverado de lirismo sobrecogedor y crudeza descriptiva, de impetuoso aliento narrativo e ira inextinguible, una denuncia fundamentada, una advertencia que más vale atender y una reflexión poderosa. Su asunto, siendo tan íntimo, tan del ámbito familiar, nos concierne; aquí pasamos del tema equívoco de la violencia como «incidente privado» al macabro de la violencia homicida como asunto de salud pública. Libro de estructura afortunadamente abierta, El invencible verano de Liliana es, a un tiempo, rastreo minucioso de las huellas de la hermana y amorosa evocación de un carácter en proceso de construcción, indagatoria judicial, acopio de voces que forman un coro entrañable, rigurosa recreación del itinerario vital de una joven acaso destinada a brillar y, en fin, investigación de un fenómeno pavoroso: el machismo, con su letal canallada, es prohijado por la jauría patriarcal. Una no ficción que se sirve con destreza de las herramientas de la ficción.
Un libro que es y no es literatura, pero en cuya trama verídica nos internamos con la intrepidez con que cruzamos esos bosques verosímiles y, de pronto, en un claro de bosque, ¡zas!, el fulgor literario. Como en el recuerdo de lo que significaba para la familia la experimentación con nuevas variedades de papa; como en las palabras que se guarecen a la sombra del dolor y luego se zambullen en el río de la memoria, alejándose del olvido con brazadas perfectas. Hay además pasajes que parecen crónica urbana; otros, semblanza de Liliana y otros, autobiografía de Cristina; de pronto apreciamos vislumbres de estudio académico, ya digeridas las fuentes; en ciertos capítulos el libro va por la vía trepidante del relato policial, incorporando incluso artículos de nota roja. La lectura fluye rauda aun entre digresiones y referencias de época constantes; mas no es un libro heteróclito, gracias a su bien cimentada composición armónica.
Es un libro de lectura perentoria. Un pensamiento formulado a gritos. Un llanto purísimo. Sus páginas se clavan como flechas en el centro de la tragedia mexicana. La de Cristina es una tenacidad a salvo de lo contingente. Al decir ayer y hoy sólo me atengo a la pertinencia de su pregunta inicial. “¿Quién tiene derecho a decidir cuánto tiempo es mucho tiempo y cuánto es poco?” (p. 20). Liliana fue asesinada en 1990. ¿Por qué en 2022 la impunidad prevalece? ¿Por qué «los intrincados vericuetos de la justicia» siguen siendo, oh Kafka, «los vericuetos infinitos de la impunidad»? (p. 119).
A lo largo de estos años no han dejado de cometerse actos de violencia contra mujeres. En el norte del país, en el centro, en el sureste. Y hemos de hacer concurrir todos los casos en el caso que nos estremece, sopesando sin ambages su descarnada carga simbólica, y por imperativo de conciencia. Apreciemos entonces la determinación de Cristina Rivera Garza: “¿Qué desata la sensación de que ahora, después de tanto tiempo, una por fin está lista para afrontar la tragedia y el conocimiento de la tragedia? ¿Cómo puede una estar segura de que ahora sí es posible formular las preguntas y, sobre todo, que ya se está en condiciones de escuchar las respuestas? No lo sé. Lo que sí sé es que, después de interponer la primera petición en la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México, ya no pude parar” (p. 49).
Hoy se denomina «feminicidio» al acto que privó de la vida a su hermana Liliana, pero ayer no existía ese concepto, no estaba tipificado como tal dicho delito. “La falta de lenguaje es apabullante. La falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula, nos dispara, nos desuella, nos cercena, nos condena” (p. 34). Sin categorías para designar con precisión las atrocidades presuntamente hijas del arrebato y la provocación, el peligro es mayor y los márgenes de impunidad se ensanchan. “Uno nunca está más inerme que cuando no tiene lenguaje” (p. 42). Al inicio de la década de los noventa se carecía no sólo de herramientas jurídicas específicas sino de “un lenguaje capaz de describir, y luego entonces de definir, y más aún contrarrestar, la violencia ejercida en nombre del amor, con la excusa del amor…” (p. 217). Así, era sumamente difícil advertir, revelar, denunciar y abatir el riesgo mortal que semejante violencia conlleva. Faltaban herramientas eficaces para detectar cuándo se pisaba terreno peligroso. ¿Quién había oído hablar de «homicidio de pareja»? Con ese concepto ahora se especifica una forma extrema de la violencia doméstica: la violencia íntima de pareja, un delito cuya raíz hay que ir a arrancar al predio ideológico de nuestra educación sentimental: el amor romántico. De esa yerba tóxica bebimos agua de uso varias generaciones de mexicanos, con resultados nefastos.
Cabe intuir que la escritora Rivera Garza es además profesora competente: “Lo que distingue a la violencia doméstica, especialmente al homicidio de pareja, de cualquier otro tipo de crimen es el amor, asegura Rachel Louise Snyder en No Visible Bruises. What We Don’t Know About Domestic Violence Can Kill Us. Ningún otro acto de violencia extrema se alimenta de una ideología tan diseminada como compartida. ¿Quién en su sano juicio estaría en contra del amor romántico? Los cientos de miles de mujeres asesinadas por sus parejas podrían responder a esa pregunta de múltiples formas inéditas. Pero, incluso ellas, necesitarían lo que necesitamos todos para poder contestar a esa pregunta básica: un lenguaje capaz de identificar factores de riesgo y momentos de sumo peligro” (p. 51). Categorías forjadas tras “el análisis de miles de datos cuantitativos y miles de testimonios invaluables de mujeres violentadas por sus parejas” (pp. 196-197). “En un país como México donde, hasta hace poco, incluso la música popular ensalzaba a los hombres que, en arrebatos de celos, o a la menor provocación, asesinaban a mujeres, producir ese lenguaje ha sido una lucha heroica cuyos triunfos le corresponden, sin duda, a activistas empecinadas en cuestionar la endémica desigualdad de género y las operaciones violentas, mínimas y no, del patriarcado que nos acecha” (p. 52).
Lucha heroica. Hermosas heroínas: Rita Segato, Judith Butler, Karina Ochoa et al… Sus nombres y apellidos no están siquiera en nota a pie de página, pero intuyo bien asimiladas sus aportaciones. Docencia, trabajo teórico, debates. Lenguaje que a todos despabila. Términos y categorías al alcance de nuestra conciencia: «mandato de masculinidad», «hostigamiento laboral», «pedagogía de la crueldad», «odio de género», «poder avasallador del macho», «terrorismo de pareja», «camisa de fuerza del machismo normalizado», «las aristas más violentas del sistema patriarcal», «masculinidades atrofiadas en un contexto patriarcal». Sin omitir las fallas institucionales que contribuyen a aumentar “el poder material y simbólico del depredador” (p. 217).
Esta clase demencial, estúpida, sistemática, de violencia –llegar a Urgencias “con moretones en la cara o brazos, huesos rotos o huellas de estrangulación (p. 52)–, ¿qué es a fin de cuentas sino un “odio contra la independencia y la libertad de las mujeres”? (p. 276).
Hay que detener esta guerra. De la lectura del libro de Cristina Rivera Garza sale uno fortalecido en esta convicción. Hay que detener este horror. Puede uno no darse cuenta de la barbarie. Puede uno estar pasmado. En atonía. Anulado por la indiferencia. Embrutecido. Pero es posible salir y brincar cualquier obstáculo. Ella agarró fuerza para escribir cuando se dio cuenta de que entre ayer y hoy no hay un abismo. “Hasta que llegó el día en que, con otras, gracias a la fuerza de otras, pudimos pensar, imaginar siquiera, que también nos tocaba la justicia. Que la merecías tú. Que la valías tú también entre todas las muchas, entre todas las tantas. Que podíamos luchar, en voz alta y con otras, para traerte aquí, a la casa de la justicia. Al lenguaje de la justicia” (p. 43).
[Reseña tomada, con autorización del autor, del libro de reciente aparición: Mario Raúl Guzmán, Dos granujas contra Revueltas y otros ensayos político-literarios, La Zorra Vuelve al Gallinero/La Ratona Cartonera, México, 2024, pp. 50-54.]
Mario Raúl Guzmán. Poeta y ensayista mexicano, autor de 19 poemas. Prologuista y antologador de Jeta de santo, que compila la obra de Mario Santiago Papasquiaro (FCE), y de Bajo el oro pequeño de los trigos, antología de Enriqueta Ochoa (Ediciones El Aduanero). Editor de la revista La zorra vuelve al gallinero. Su libro más reciente es Dos granujas contra Revueltas y otros ensayos político-literarios.