Cristián Goméz Olivares
Poeta Internacional: Cristián Gómez Olivares
14 April, 2022
EXTREMELY WHITE PEOPLE
Una profesora de lenguas clásicas recita a Kavafis
en su idioma original. Las ninfas del bosque
trabajan para la forestal Mininco. La casa cuesta
lo mismo que financiar la colegiatura
de una prole que brilla por su ausencia. Las palabras
del opresor no pueden ser las mismas con las que nos
deseamos feliz cumpleaños cada vez que volvemos
a reunirnos. Una polera que diga. Esperando
a los bárbaros es un poema que no podría
ser escuchado con mayor atención que en esta
fiesta: un ejemplo perfecto de la distancia
que separa a las palabras de la realidad.
Cómo te lo explico: cada uno de nosotros
tiene que elegir el ojo de la aguja
por el cual atravesará hacia el cielo.
Cada uno de nosotros
ha admirado la altura de estos árboles
sin admitir la belleza
de la hierba que crece a ras del piso.
Es ella la que tiene que lidiar
con las hormigas marchando en fila.
Es ella la que tiene que lidiar
con nuestros pasos que vienen
a segarla. A impedir que siga creciendo
porque entonces habría que utilizar
otro tipo de adjetivos. Sin embargo
aquí en el bosque los atentados incendiarios
suelen atribuírseles a los únicos
que sabrían vivir de él y así lo habían
hecho hasta la llegada del cóndor y el huemul:
el escudo patrio deberían ser los camellos
encargados de la salvación de nuestras almas.
Los profesores reunidos en torno a una mesa
sobre la cual no se discute ninguna teoría literaria
sino un sinfín de recetas de cocina para combatir
la pobreza en el tercer mundo, el anhelado ahínco
que demuestran las aspirantes a reina de la primavera
y el enconado empeño de las aves por volar, sí:
el empeño de las aves por volar completa
el menú de las conversaciones.
En el intermedio algunos se rascan la cabeza.
Otros se desvisten para prestar más atención.
La gran mayoría disfruta el aire libre. Uno que otro
alza su copa para celebrar este momento.
Yo que no soy blanco escucho en silencio
sus palabras.
EN EL FONDO DEL BOSQUE LA LUZ CAE HECHA CENIZAS
(Jorge Cáceres)
Está todo apagado, pero lo que brilla
en la cocina es la luz del microondas
que alguien dejó abierto. No es una estrella
alumbrando en la noche. No es lumbre
que guíe unos muslos corriendo sobre la grama.
No pasa de ser ese aparato que todavía está prendido.
Electrodomésticos para guiarnos en la oscuridad.
A falta de compás tampoco hay norte.
A falta de un punto de partida, mejor apoyarse
en las murallas. Hasta aprender de memoria
aquella casa. Recordarla con los dedos.
Hasta donde llega la madera de los primeros
habitantes. Los listones dividían el mundo de los niños
del mundo de los espejos que no alcanzaban
a reflejarlos. Tocar los umbrales donde ya no hay
puertas. Los sillones son de cuero fabricado
por niños de algún país donde también se puede
ir de vacaciones para visitar aquellos templos
donde la piedad está dibujada en piedra
y las deidades locales hacen de las murallas
un lienzo para exhibirse sin hacerlo. Las sillas
se arrastran por el piso imitando el chirrido
de los frenos antes de llegar al semáforo.
Está todo apagado, pero la alfombra se tiende
sobre el suelo de madera, las ventanas
deberían protegernos del frío pero sólo lo hacen
de ese viento que no tiene nombre como los vientos
europeos, que tanto les gustaba sacarnos en cara
a los profesores que venían volviendo de contemplar
bajo la nieve los caballos de Berlín, su elegancia
era el mismo desdén con que las bailarinas
los recibían en el único cabaret que estaba abierto
después de las reuniones del partido: la noche
que renunciaron a su militancia todo estaba oscuro.
Tuvieron que salir apoyándose en las paredes
exornadas con afiches de bandas locales.
Y la próxima celebración del 1° de mayo.
LO REAL
Como todos los demás pasajeros
Me bajé al llegar a la última estación
Y mantuve las mayúsculas al principio de los versos.
Caminé hacia la salida empujando mi maleta.
Uno entre muchos, nadie entre tantos.
Todos empujaban sus maletas, todos hablaban x teléfono.
Aún tenía que llegar a otro lugar.
Aún tenían que llegar a otro lugar.
Eran las doce de un día cualquiera.
Nada que valga la pena contar, pero qué
Es lo que vale la pena contar.
Una ciudad una vez transpuesto el umbral.
Taxis, mujeres, avenidas, bancos, plazas.
No en todas hay hospitales, pero supongamos
Que hay un hospital. Ni museos, pero
Vamos a suponer que hay un museo.
Yo no voy sin embargo a ninguno de los dos.
Sólo vine a empujar mi maleta hasta la salida.
Sólo vine para caminar mientras hablo por teléfono.
ME LLAMO SU ALIMENTO
Que el mar sea una herramienta
en manos de quien sepa utilizarla.
¿Podré dormirme a las doce?
¿Tengo fiebre?, ¿queda alguna
lata de atún? Las velas de este barco
soplan cada vez que los marinos
colgando del mástil se mueven
con el viento. ¿Muy dramático?
¿Demasiado oscuro? A ver ahora:
los ecos del bosque se escuchan
incluso cuando no estamos caminando.
Hace tres días que no me afeito.
Cuatro que no salgo de la cama.
Los alumnos que me escriben
no preguntan por mi salud
sino por los próximos exámenes.
Debería existir una aplicación
para catedráticos con síndrome
de Roma. Pasolini fue el que dijo
en su última entrevista: estamos
todos en peligro. Una herramienta
para protegernos cortando una flor
y soplar después sus pétalos. Los puños
ni siquiera alcanzan para dirimir un partido
jugado en las arenas de una playa donde
encontrarían su cadáver. Vale la pena
salir a pasear de noche, vale la pena
sentarse en la mesa de los novios
para repetirles el mismo verso
que pronto olvidarían. Un poema
con el nombre y apellido de todos
los invitados. Una carta en blanco
arrojada con humildad e indiferencia
a las aguas de este mar.
THE ART OF SWIMMING MASTERED ON LAND
Por favor no traduzcan a Laura Riding,
déjenla tranquila con su metafísico
devaneo, no se hagan eco de las falencias
de la poesía, tampoco de las virtudes del lenguaje,
no es tan difícil salir a cazar a las bestias
cuando se trata en realidad de hacer volar
las torres de alta tensión para que ese invierno
de mil novecientos ochenta y tres haya que
suspender las clases y los profesores comprometidos
con el régimen nos amenacen con la obligación
de recuperarlas. No salgan detrás de esas paredes
que ocultan lo que ella quiso decir. ¿Por qué no se van
a los bares donde ella bebía hasta quedar tirada
por el suelo?, ¿por qué no van y fundan
otra editorial sin imprenta, otra revista de poesía
para que nadie se escandalice cuando los poemas
salgan volando por la ventana, sin que nadie
se lance a recogerlos? El poema es el sol
que termina resignándose en alguien, la falta
de explicaciones, la crueldad innecesaria
de verlo desaparecer entre las líneas
de las que quiere pero no puede
prescindir: un boxeador peleando con su sombra
sabe de antemano el resultado.
Cristián Gómez Olivares
(Santiago de Chile, 1971). Vive hace veinte años en Estados Unidos, entre Iowa, South Dakota y ahora Ohio. Fue miembro del International Writing Program, de la Universidad de Iowa, y Writer in Residence at Banff Center for the Arts. Es profesor de Literatura Latinoamericana en Case Western Reserve University. Entre sus libros se cuentan El hombre de acero (2020), El libro rojo (2019), La nieve es nuestra(2015) y Alfabeto para nadie (2008). También publicó el libro de ensayos La poesía al poder: de Casa de Las Américas a McNally Jackson (2018).