Marisol Silva Pilares

Marisol Silva Pilares

Ayni y Abuelito

22 March, 2024

“Pero, ¿Por qué quieres aprender quechua? ¿No sería mejor que aprendas francés o italiano? ¿O chino? Mejor aprende a hablar una lengua útil, que te sirva cuando viajes o en tu carrera. Ya nadie habla quechua, es una lengua que se está perdiendo, hasta en Cuzco las cholitas para vender te hablan en inglés. Además, ¿Cuándo podrías usar quechua? ¿Tienes planes de volverte una guía de turistas en Perú o quieres ser una antropóloga? En las escuelas en el Perú no enseñan quechua, todos quieren aprender inglés. Dedica tu tiempo libre a algo más útil.” 

La verdad es que mi familia recibió las noticias de que yo quería aprender quechua con confusión genuina e incredulidad. Mi familia es muy amorosa y siempre me ha apoyado en todos mis sueños, pero mi determinación para aprender quechua se vio como un capricho. Por una parte, quizás mi familia pensaba que mi afán por aprender quechua era un resultado de la cuarentena, porque por esos días también había comprado un ukelele. Pero mi deseo por aprender quechua viene de un lugar más profundo. Quería sentirme conectada a mi abuelito y a mis raíces.  

Mi abuelito se llama Braulio. Nació en Paucartambo y fue criado en Calca, un pueblo ubicado en el Valle Sagrado, a una hora y media de Cusco, Perú. Calca es abrazada por un lado por el río Urubamba y por el otro, por la montaña Pitusiray, la cual es considerada una de los Apus (montaña sagrada en quechua) más importantes de la región.

Mi abuelito es orgullosamente andino. Su nariz se distingue porque tiene forma de montaña. Toda su vida ha tenido a sus huayños presentes mediante la música de “Los Campesinos” en su radio. Él siempre se ha mantenido firme a sus raíces, cuidando y sembrando árboles frutales en su pequeña huerta, y haciendo sus famosas pachamancas durante reuniones familiares. 

Mi vida ha sido muy diferente a la de mi abuelito. Yo nací en Lima, pero mi familia emigró a EE.UU. Cuando a los 4 años, mis padres me preguntaron dónde había nacido, me contaron que conteste “Tampa,” una ciudad ubicada en Florida. Yo crecí en un suburbio mayormente blanco, manejando mi bicicleta entre palmeras y mosquitos, estaba acostumbrada a escuchar mi nombre mal pronunciado y peor aún, a aceptarlo como normal. Al mismo tiempo, yo sabía a través de las historias de mis padres, fotos, y por el canal televisivo “Sur Perú” que venía de una cultura llena de tradiciones e historia.  

Mi abuelito es uno de los últimos familiares que tengo que son quechuahablantes, pero nunca le transmitió el lenguaje a mi mamá ni a sus otros hijos. La razón por la que nunca lo hizo es algo que nunca le pregunté. Quizás fueron razones prácticas, ya que mi abuelita Rita no era quechuahablante. O quizás eran las presiones de asimilación, ya que mi abuelito se mudó a Lima cuando era jóven. 

 

 

La verdad es que ser indígena, ser quechuahablante o tener cualquier tipo de asociación con la identidad ancestral andina ha sido muy estigmatizada en la sociedad peruana. Ser llamado “cholo” se ha denominado como un insulto. Han sido siglos de racismo y clasismo, arraigados desde la colonización española lo que ha fomentado este sentimiento en contra de la comunidad indígena y andina. 

Recientemente en una conversación con mi tía abuela, me enteré que mi abuelito y ella  eran castigados por su padrastro cada vez que hablaban quechua, quien reclamaba que ese era “el lenguaje de los sirvientes.” No estoy segura si esa experiencia de su infancia lo dejó marcado o quizás solo quería asimilarse a la vida en Lima, pero lo que sí sé, es que mi abuelito nunca dejó completamente atrás el quechua, su cultura y sus valores andinos.  

Cuando mi abuelita comenzó a  padecer de enfisema pulmonar, se le hacía difícil caminar distancias largas sin agitarse, por lo que mi abuelito vio la necesidad de tener un lugar cercano donde ella pudiera pasear y sentarse. Entonces, decidió transformar un lote abandonado de su vecindario en un parque; ya que el lote se había convertido en un basurero y sitio de reunión para consumir drogas. Consiguió donaciones de árboles, plantas y arbustos de la municipalidad, con paciencia y buena mano, los capullos florecieron.   

Durante una de mis visitas a mis abuelos, mi abuelito me enseñó orgullosamente el parque, estaba lleno de rosas y parecía un pequeño oasis en medio del concreto, hasta había construido un altar para la virgen donde siempre dejaba flores. En el centro del parque había un letrero con letras azules, “Parque Ayni” resaltaba. “Abuelito, ¿qué significa Ayni?” El me respondió, “El ayni es una tradición y un valor andino que viene desde los tiempos incaicos, significa hoy por ti, mañana por mi.” Ayni es reciprocidad, también significa que todos los seres estamos conectados. 

Pocos años después, mi abuelito fue diagnosticado con demencia senil. Al comienzo eran cosas simples las que se le olvidaban, como donde dejó sus llaves o sus pastillas. Lamentablemente, la demencia senil es una enfermedad progresiva que afecta la memoria y mi abuelito ya no sabe quién soy. Es difícil tener esta pena ambigua, el sentir que mi abuelito está presente y ausente al mismo tiempo. 

Al saber que la memoria de mi abuelito se estaba borrando, yo comencé a tomar clases de quechua para tratar de evitar que se borre por completo esta parte de nuestra historia familiar. También, creo que el Ayni nos mantiene conectados, y además del quechua, que es una forma de mantener nuestra conexión viva. Mi abuelito ya no puede transmitir la lengua, y me siento con cierta responsabilidad de continuar esa parte de nuestra identidad familiar. Más bien, yo siento que al aprender quechua, puedo comprender  más a fondo a mi abuelito. Yo creo que, si él estuviese saludable, estaría orgulloso de mi deseo por aprender quechua y quizás hasta haríamos un brindis. En ese brindis, nos burlaríamos de su padrastro antipático que se oponía que hablara quechua, y nos pondríamos a cantar un huayño a todo volumen. Le contaría a mi abuelito que al fin puedo entender las letras de los huayños de “Los Campesinos.”

En mis clases he aprendido que muchas palabras que yo pensaba que eran peruanismos, en realidad son palabras en quechua, palabras como cancha, vincha, choclo, etc. La palabra palta, por ejemplo, es quechua, y por eso en Perú no usamos la palabra aguacate, que viene del náhuatl. 

Hace poco, le dije a mi mamá que la expresión: ¡Alalaw! en quechua, significa ¡qué frío! Mi papá siempre decía ¡Alalaw! pero yo pensaba que era una frase de él, no sabía su significado y que era una palabra en quechua. Es ahí donde me di cuenta que tan especial es que mi mamá todavía pueda aprender cosas nuevas de mi abuelito, aunque él ya no pueda enseñarselas.  

 


Marisol Silva Pilares es escritora, abogada, y poeta. Principalmente es una chica emo. Nació en Lima, Perú y creció en Tampa, FL. Ahora vive en Brooklyn, NY y escribe sobre temas como la identidad y la magia en comer pollo a la brasa. En su tiempo libre Marisol estudia Quechua y mueve sus caderas al ritmo de festejo Afroperuano y bailes folklóricos. Sus trabajos han sido publicados en Chifladazine, Rimay y Raíz zine, también en: Mami_soy_emo en instagram, mamisoyemosubstack.com